פרשת ויחי
Iaacóv profetiza que el cetro no deberá ser quitado de Iehudá
"hasta que venga el Shiló"
Este porción contiene una profecía de cosas futuras, en relación con los doce hijos de Iaacóv y las doce tribus, como de los descendientes de ellos, y que dio a sus hijos en su cama antes de su muerte, después de haberlos convocado al efecto (vv. 1). Comienza con Rubén, su primogénito (vv. 49.3), le sigue Shimeón y Leví donde se recuerda lo que se hizo en Siquem (vv. 49.5), y luego Iehudá es alabado, y profetiza cosas buenas de él, y en particular sobre Shiló, que es el Mashíaj, el cual tenía que surgir de él, y el tiempo de su venida está orientado por una señal "hasta que el cetro sea quitado de Iehudá".
En Bereshit 49, Iaacóv habla numerosas bendiciones sobre sus hijos. En el verso 10, Iaacóv profetiza que el cetro no deberá ser quitado de Iehudá "hasta que venga el Shiló".
Shiló generalmente se entiende como una expresión bastante conocida por los sabios de Israel para referirse al Mashíaj. Como ejemplo, en el Targúm de Onquelos se parafrasea este texto de la siguiente manera: "hasta que venga el Mashíaj." (Onquelos en Bereshit 49.10). Sustituyendo el hebreo Shiló por Mashíaj.
Hay un factor importante en este texto, la señal para identificar la venida del Mashíaj era que su advenimiento tenía que darse antes que "el cetro de Iehudá fuera quitado".
La palabra que comúnmente se traduce como "cetro" pertenece al hebreo "vara tribal". Esta palabra hebrea ("shévet") puede inclusive traducirse por el vocablo tribu. Cada una de las doce tribus de Israel tenía su propia vara con su nombre inscrito en ella. De modo que, esta profecía indica que el Mashíaj tenía que venir antes de que el "cetro tribal” o la "vara de identidad" de Iehudá mantenida en los registros genealógicos desapareciera.
Reiterar es necesario, que Iehudá ya había sido privado de su soberanía tribal durante el periodo de setenta años en el cautiverio de Babilonia; pero a pesar de haber perdido su soberanía tribal, nunca perdió su "vara tribal", la identidad nacional y genealógica. Y aun estando en cautiverio poseían sus propios legisladores o jueces (Ezra 1.5,8).
No será quitado el cetro de Iehudá, ni el legislador de entre sus pies, hasta que Shiló venga, y sea suya la obediencia de los pueblos. (Séfer Bereshit / Gén. 49.10)
Según las Sacras Escrituras, dos señales llevadas a cabo simultáneamente tenían que cumplirse después de la venida del Mashíaj, como señal que el Mashíaj ya había sido manifestado:
1. La remoción del cetro, es decir la identidad genealógica de la tribu de Iehudá.
2. La supresión del poder judicial.
La primera señal visible del inicio de la supresión del cetro de Iehudá se produjo cuando Herodes el Grande, quien no tenía sangre judía, sucedió a los príncipes Macabeos, que pertenecían a la tribu de Leví y que fueron los últimos reyes judíos a tener su reinado en Ierushaláim ("Jerusalén") (Sanedrín, folio 97; Macabeos, Libro ii).
Julius Magath, en su libro "Jesús Before the Sanhedrín", intitula su segundo capítulo: "El poder legal del Sanedrín es restringido veintitrés años antes del juicio del Mesías". Esta restricción fue la pérdida del poder de dictar sentencia de muerte.
Esto ocurrió después que Arquelao, el hijo y sucesor de Herodes, fue depuesto en el año 11 E.C., ó 7 V.E. (Flavio Josefo, Ant., Libro 17, Cap. 13, 1-5).
Los procuradores que administraban en nombre de Augusto, quitaron al Sanedrín el poder supremo, con el fin de poder ejercer ellos mismos el "jus gladii" (i.e., facultad de pronunciar la sentencia capital). No obstante, de acuerdo con el testimonio del Nuevo Testamento, el Sanedrín retuvo el derecho de excomunión (Juan 9:22), aprehensión (Hechos 5:17,18) y castigo corporal (Hechos 16:22).
El Talmud mismo admite que, "Poco más de cuarenta años antes de la destrucción del templo, le fue quitado a los judíos el poder de dictar sentencia capital" (Talmud Ierushalmi, Sanedrín 41a). Esto nos coloca en el tiempo en el cual el sacrificio de Ieshúa fue llevado a cabo, el mismo año en que resucitó tres días después de su muerte, y conduce al cumplimiento de la segunda señal "La supresión del poder judicial". Puesto que el templo destruido en el año 70 EC y cuarenta años antes de la destrucción del templo, nos coloca en el tiempo cuando Ieshúa murió por los pecados de la humanidad y resucitó.
El historiador Ioséf bar Matiá, conocido popularmente como Flavio Josefo, da testimonio de que los judíos tenían registros genealógicos oficiales, pues dice: "No sólo soy oriundo de una línea de sacerdotes, sino de la primera de las veinticuatro líneas, y de la principal familia de mi línea". Después de señalar que su madre era descendiente de los asmoneos, concluye: "He anotado la línea de descendencia de mi familia tal cual aparece asentada en los registros públicos, haciendo caso omiso de los que nos calumnian". (Vida de Flavio Josefo, sec. 1.)
No fue Herodes el Grande quien destruyó las genealogías oficiales de los judíos, como sostuvo Africano a principios del siglo III, sino, al parecer, los romanos cuando Jerusalén fue desolada en el año 70 E.C. (Contra Apión, libro I, sec. 7; La Guerra de los Judíos, libro II, cap. XVII, sec. 6; libro VI, cap. VI, sec. 3.) Desde ese tiempo los judíos no han podido determinar su línea genealógica, y ni siquiera quedan registros de las dos líneas más importantes, la de David y la de Leví. Dando cumplimiento a la primera señal "No será quitado el cetro de Iehudá hasta que Shiló venga", es decir, "La remoción del cetro, que es la identidad genealógica de la tribu de Iehudá en cada persona en particular", puesto que la señal para identificar la venida del Mashíaj era que su advenimiento tenía que dar lugar antes que "el cetro de Iehudá fuera quitado", tal y como sucedió.
Debido a las profecías escritas en el Taná״j los judíos esperan que el Mashíaj venga de la tribu de la cual era David, la tribu de Iehudá,[1] y no de otra; y es evidente que Ieshúa vino de esta tribu: esto es claro por el lugar de su nacimiento, Bet-Léjem de Iehudá; y por su genealogía presentada por Matái, siendo él de la línea de Ioséf, el marido de Miriám, quien era de la casa de David;[2] y esto era sabido por algunos judíos, y es sabido por ellos que él era heredero al trono, gobernador y rey del pueblo de Israel, la razón es porque él desciende del estirpe real de David, de manera que algunos judíos confesaron que Ieshúa de Natzrát estaba קרוב למלכות, "conectado con la realeza" (Talmud Bavli, Sanedrin, fol. 43. 1), y tal confesión no hubiera sido hecha por ellos si ellos no hubieran reconocido que Ieshúa era descendiente de David. Este es un ejemplo de profecías que nadie más, sino solamente Ieshúa, pudo cumplir como requisito para ser el Mashíaj. Solo de él está registrado fiel y legalmente que es descendiente de David por la línea de Shelomó ("Salomón") declarado como el Mashíaj cumpliendo con un sinfín de profecías, siendo imposible en la actualidad hallar a un descendiente legítimo de David por la línea de Shelomó. ¿La razón? Profetizado fue que el cetro de Iehudá sería quitado hasta el advenimiento del Mashíaj, lo que indica que después del advenimiento del Mashíaj ese cetro, que alude a los registros genealógicos de los pertenecientes a la tribu de Iehudá, desaparecería.
No cabe duda, y es contundente, de manera maravillosa, extraordinaria, conmovedora y especial que Ieshúa es el Mashíaj de Dios esperado por el pueblo de Israel, más no reconocido por el pueblo. ¡Él es el salvador del mundo! No la salvación de Gedeón, no la salvación de Shimshón ("Sansón"), no la salvación de Josué, ni la salvación de Moshé, porque la salvación de ellos fue דשעתא פורקן "una salvación temporal"; pero la salvación del Eterno, esa es de la que hablamos y testificamos, la salvación eterna de Ieshúa que es el Mashíaj, el que salva a los hijos de Israel de las garras del pecado y la muerte del alma, porque el que en él cree aunque este muerto, su alma vivirá, esa es la salvación que el alma espera y desea con ansiedad y alegría. En él tenemos la esperanza de la vida, y todo aquel que en él cree obtendrá vida buena y santa, y no la perderá jamás.
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[1] 2 Samuel 7; 23:5, cp. Salmo 89; Isaías 9:1–7; 11:1–9; Jeremías 23:5; 33:15; Ezequiel 34:23–24; 37:24; Oseas 3:5; Salmo 110:1–4; 132:11; Ben Sira 47:11; 1 Macabeos 2:57; Mateo 22:42; Marcos 12:35; Juan 7:42.
[2] Mateo 1:1-16; Mateo 1:20.