Los tres sinópticos al presentar al Bautista evocan este pasaje de Isaías, aunque a Mateo le baste para su idea citar tan sólo el primer versículo:
En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea,
y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado.
Pues éste es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo:
Voz del que clama en el desierto:
Preparad el camino de Hashem,
Enderezad sus sendas. (Mt 3.1-3 - RV 1960)
Estas no son las palabras del Bautista, como en Jn 1:23, sino de Mt, quien cita y aplica al Bautista una profecía del profeta Isaías (40:3). Los signos de cantilación en el texto Masorético, que también sirven como puntuación, indican que la lectura correcta de la profecía de Is 40:3 es, «Voz de uno que clama: En el desierto enderezcan el camino a nuestro Dios».
En el cumplimiento de esta profecía, la presencia de Hashem será revelada, «Se revelará (Is 40.5: נגלה de desnudar, como cuando se quita un velo que cubre) la presencia de Hashem». Por lo tanto, según esta profecía, el lugar para el acto de la revelación de la Presencia de Hashem sería el desierto. No es como dice la interpretación judía más popular,[1] que se refiere al retorno de los judíos del cautiverio en Babilonia a Tierra Santa, porque después de la reconstrucción del Segundo Templo por los judíos, no hay indicios de la presencia de Dios habitando en el templo como lo había hecho en el Tabernáculo de Moshé o el Templo de Salomón (1R 8.12-13). Fuentes judías reportan,[2] que el Segundo Templo no tenía ninguno de los cinco elementos que el Primer Templo tenía, donde ellos incluyen a la Presencia de Dios: 1. El Arca, con el propiciatorio y los querubines, 2. La Shejiná (Presencia de Dios). 3. El Espíritu de Profecía. 4. El Urim y Tumim, y 5. El Fuego Santo en el Altar. Por lo tanto, la revelación de la presencia divina que Dios tenía preparada para el Segundo Templo, era de otra naturaleza. La presencia de Hashem eventualmente llegó al Segundo Templo, pero de una forma que el pueblo de Judá no la reconoció (Jn 1:14). La intención del profeta bajo el emblema del rescate de Dios sobre su pueblo, habla de una redención mucho mayor y más elevada, con una naturaleza más sublime, que se manifestaría con la revelación de la presencia de Hashem, y que el lugar donde comenzaría la revelación pública de su presencia sería el desierto.
El profeta, siguiendo las costumbres orientales para las visitas a los pueblos de los reyes, describe como «la voz de uno» pide que se prepare el camino en la zona desértica por donde debería pasar Dios para ser proclamado como rey.[3] Cuando un monarca oriental estaba planeando viajar a cierta región, enviaba mensajeros con anticipación para exigir que se preparara una carretera nivelada. De ahí la imagen, que aquí denota preparación espiritual. El rey aquí, según el profeta Isaías, es el mismo Hashem; y es aún más necesario preparar el camino para él de tal manera que este camino conduzca al desierto sin senderos. Pero, ¿por qué el camino de Hashem se extiende hacia el desierto para revelar allí su presencia? Los judíos hacen una observación de muchas cosas que vinieron del desierto; «la Torá vino del desierto; el tabernáculo del desierto; el Sanedrín del desierto; el sacerdocio del desierto; el oficio de los levitas del desierto; el reino del desierto; y todos los buenos regalos que Dios le dio a Israel eran del desierto» (Shirhashirim Rabá, fol. 13. 3; 3.6.1.). Fue también en el desierto, después de haber redimido a Israel de la esclavitud egipcia, que Hashem se reveló a ellos desde el Sinaí (Dt 33: 2; Jue 5: 4; Sal 88:4,8). Por lo tanto, era menester que en la manifestación más sublime de Hashem, la revelación de su Presencia, también fuera en el desierto. Y de esta manera se cumple la profecía de Is 40:3; porque ocho siglos después de la predicción de esta profecía, en el río Jordán del Desierto de Judea aparece una voz, identificada por la de Juan el Bautista, con un bautismo de arrepentimiento para preparar así el camino para la revelación pública de la Presencia de Dios como predijo el profeta Isaías «Voz de uno que clama: En el desierto enderezcan el camino a nuestro Dios», y en esos días, acercándose Ieshúa al Bautista para ser bautizado por él, se revela públicamente, bajo una manifestación del Cielo, anunciando que él es el Mesías-Rey-Presencia-Hijo-de-Dios, y entonces se cumple lo que dice esta profecía, «Se revelará la presencia de Hashem». Esta es la misma promesa de la presencia y gloria de Dios que el profeta Malaquías describe, con la casi exacta predicción mesiánica del profeta Isaías: «He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el Ángel del Pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Hashem de los ejércitos» (Mal 3.1).
Por lo tanto, la gloria de este templo consistía en la visita de Aquel que «se hizo carne y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.» (Jn 1.14). La Septuaginta añade en Is 40.5: το σωτηριον του Θεου, את ישועת אלהינו et ieshuat Elohénu, esto es, «toda carne verá la ieshuá de Dios» (compárese con Lc 3.6). Una alusión al nombre del Mesías siendo él presencia y gloria de Dios.[4] Esta salvación de Dios es la salvación mesiánica que aparecería ante todos los ojos en y con el advenimiento del Mesías.
NOTAS:
[1] Algunas opiniones como la de R. David Kimchi en Isa. xl. 1 aplican esta profecía a los días del Mesías.
[2] Talmud Ierushalmi, Taaniot, fol. 65.1; Talmud Bavli, Iomá 21b; Tosefta Sotá 13:2; Rashí en Hageo 1.8; Kimji en Hagái 1.8.
[3] HOLZMEISTER, Párate viam Domino: V D (1921) 366-368; Diodoro, Sic. lib. ii.
[4] Estas palabras de la versión de los Setenta se encuentran en todas las copias de la Septuaginta, y son reconocidas por Lc 3:6.
[1] Algunas opiniones como la de R. David Kimchi en Isa. xl. 1 aplican esta profecía a los días del Mesías.
[2] Talmud Ierushalmi, Taaniot, fol. 65.1; Talmud Bavli, Iomá 21b; Tosefta Sotá 13:2; Rashí en Hageo 1.8; Kimji en Hagái 1.8.
[3] HOLZMEISTER, Párate viam Domino: V D (1921) 366-368; Diodoro, Sic. lib. ii.
[4] Estas palabras de la versión de los Setenta se encuentran en todas las copias de la Septuaginta, y son reconocidas por Lc 3:6.