La Parábola del Tesoro Escondido y la Parábola de la Perla de Gran Precio son dos parábolas que sugieren un asociamiento, una con la otra.
Parábola del Tesoro Escondido (Mt 13.44)
Parábola del Tesoro Escondido (Mt 13.44)
«Es semejante el Maljutá Deshamáia a un tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra lo oculta y, lleno de alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel campo».
Encontrar el Reino de los Cielos es como encontrar un valioso tesoro escondido en un campo, por el cual uno lo deja todo con alegría. Pero se debe pagar un precio, equivalente a todo lo que uno tiene: «cualquiera que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo» (Lc 14,33). Hay un tesoro que sí vale la pena dejarlo todo para poseerlo. Uno debe contar todo como perdido por el reino. El reino es una alegría esperando a ser descubierta. Puede que no parezca riqueza desde el punto de vista del mundo, pero la membresía en el Reino tiene un valor superlativo. El Reino es un tesoro de tan alto valor que un entendido lo daría gozosamente todo para conseguirlo; es la gran oportunidad de la vida. Las medias tintas no ayudan a conseguir el reino de Dios. Un hombre que encuentra un tesoro que rompe la normalidad de su vida, invalida todos los planes anteriores que él tenía para el futuro, que por la venta de todas las posesiones antiguas: estas ya no significan nada en comparación a este tesoro. La parábola también se enfoca en el deseo de buscar, aquí implica que el reino no se manifiesta a todos, sino solo a aquellos que lo buscan: «Buscad y hallaréis» (Lc 11,9). El tesoro de gran precio es el Reino de Elohím, y encontrar el reino es encontrar a Ieshúa y encontrar a Ieshúa es encontrar el reino. La revelación de Elohím en Ieshúa no es perfectamente clara para todos; solo puede ser percibida por aquellos que tienen oídos para oír y ojos para ver. Lo que hizo el que encontró el tesoro, debe hacerlo quien oye hablar del Reino si quiere poseer esta valioso tesoro; el entendido abandonará alegremente todo por el Reino.
«Es también semejante el Reino de los cielos a un mercader que busca perlas preciosas, 46 y, hallando una de gran precio, va, vende todo cuanto tiene y la compra».
Es probable que esta parábola sugiere un asociamiento con la parábola anterior del tesoro escondido, ya que se lee una después de otra en Mt 13.44-46. Si en la parábola del tesoro escondido, el tesoro es el reino de Elohim y la verdad que es encontrada por una persona que lo buscaba, aquí la perla preciosa es Israel -el creyente-, a quien Ieshúa va y busca entre todas las perlas -que son las naciones- porque se había perdido: «Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lc 19,10). Y por esta perla lo entrega todo, hasta su vida, comprándonos con su propia sangre: «sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Ieshúa” (1 Pe 1,18-19). La parábola también se enfoca en el deseo de buscar. Así como Ieshúa vino a buscar a los miembros del Reino, implica también que aquí el reino no se manifiesta a todos, sino solo a aquellos que son encontrados por Ieshúa y por aquellos que buscan el reino: «Buscad y hallaréis» (Lc 11.9). Y hay un elemento de lo inesperado en su descubrimiento: «esta perla no la esperaba».