Texto:
| Porque así dice el Eterno de los ejércitos: Después de uno, a poco, yo haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca; y haré temblar a todas las naciones, y vendrá el Deseado de todas las naciones; y llenaré de gloria esta casa, ha dicho el Eterno de los ejércitos. Mía es la plata, y mío es el oro, dice el Eterno de los ejércitos. La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera, ha dicho el Eterno de los ejércitos; y daré paz en este lugar, dice el Eterno de los ejércitos. (Hagái 2.6-9)
Hageo 2.7-9, es una profecía dada en el momento cuando los exiliados de la Casa de Judá habían regresado del cautiverio de Babilonia y se empezaba a reconstruir el segundo Templo en Jerusalén. En esta profecía, Dios proclama que él iba a llenar el nuevo Templo con su gloria (v. 7). Anteriormente, el tabernáculo y el templo de Salomón habían sido "llenos de la gloria" con la venida de la presencia de Dios (Éx 40.34-35; 2 Cr 5.14; 7.1-3), pero en ningún caso se comparará a la gloria que acompañará al segundo Templo según la predicción del profeta: "La gloria de esta postrera Casa será mayor que la primera," (v. 7). ¿En qué sentido, entonces, la gloria de Dios llena el segundo Templo?
Algunos judíos (Rashí & Kimji) son de la opinión que, por el Deseado del v. 7 que es con lo que se llenará el templo de gloria, debe de entenderse por “las cosas deseables de todas las naciones”, sus riquezas, piedras preciosas, y otras cosas materiales. Sin embargo, esto no tiene sentido, porque de las cosas no se puede decir que “vendrán”, porque es una acción personal, y debería de leerse “serán traídas”, y en ese caso en hebreo la lectura debería ser יבאיו o היבאיו, pero no באו como aparece en esta profecía. Y al ver esto, algunos judíos agregan a la Escritura Santa la partícula “con” y consideran que las “naciones”, son el caso nominativo al verbo “vendrán”, dando el sentido que “las naciones vendrán con riquezas, y estas llenarán la Casa con gloria,” y que con estos presentes que las naciones entregarán, para adornar este templo, superarán en riquezas al templo de Salomón. Cosa que no es cierta. La gloria con la que sería llenada el templo no son las cosas materiales que vendrían de las naciones, porque en el sentido material la gloria del segundo templo no pudo superar la gloria del primero, ya que le faltaban muchos tesoros que el primero contenía (cf. Esr 3.12), y por lo tanto, materialmente no podría aplicarse lo que predijo el profeta al segundo templo: “La gloria de esta postrera Casa será mayor que la primera.” (v. 7). Además, no es probable que los regalos de prosélitos y adoradores de las naciones, las contribuciones de príncipes paganos, y la devoción de países de su entorno, fueran apreciados por los judíos como mayor gloria que la magnificencia del templo de Salomón, y es descabellado pensar que el profeta insinúe sobre los tesoros materiales como constituyentes de una "mayor gloria". Es evidente que el profeta Hagái no está diciendo que cuando el segundo templo sea completado será materialmente más espléndido que el primero. Históricamente no fue así, incluso con los adornos de Herodes durante la época romana. Los judíos incluso confiesan, que el segundo templo no tenía ninguno de los cinco elementos que el primer templo tenía: 1. El Arca, con el propiciatorio y los querubines, 2. La Shejiná. 3. El Espíritu de Profecía. 4. El Urim y Tumim, y 5. El Fuego Santo en el altar. (véase Talmud Ierushalmi, Taaniot, fol. 65.1; Talmud Bavli, Iomá 21b; Rashí & Kimji en Hagái 1.8).
El profeta, evidentemente, está viendo algo mucho más significativo que la piedra y el mortero, el oro y la plata, cosas a las que Dios no da importancia diciendo: “Mía es la plata, y el oro” v. 8, que es una manera de hablar no infrecuentemente en las Escrituras, para dar a entender que él no se complace en tales cosas, como en Sal 50.10-12: “Porque mía es toda bestia del bosque, y los millares de animales en los collados. Conozco a todas las aves de los montes, y todo lo que se mueve en los campos me pertenece. Si yo tuviese hambre, no te lo diría a ti; porque mío es el mundo y su plenitud.” Así que aquí, en Hagái 2.8, el Eterno les dice, que para la gloria del segundo Templo él no necesitaba el oro o la plata, porque toda la riqueza del mundo le pertenece.
Por lo tanto, la gloria que Dios tenía preparada para este segundo templo, es de otra naturaleza. Y consistirá en la presencia de Aquel, que se describe como el “Deseado de todas las naciones”: “Y vendrá el Deseado de todas las naciones; y llenaré de gloria esta Casa, ha dicho el Eterno de los ejércitos.” (v. 7). Pero ellos no debían de esperar esta gloria de inmediato, porque grandes revoluciones debían ocurrir primero en el mundo: “Después de uno [reino] a poco tiempo, y [o “después de esto”] haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca, y haré temblar a todas las naciones, y el Deseado [en expectativa] de todas las naciones vendrá.” v.6-7. Es decir, vendrá a este templo, que sería el resultado de la llenura de gloria de este templo. El reino persa bajo el que vivían en ese momento estaba subsistiendo, y, después de otro reino, que debía suceder a ese, debería pasar un poco de tiempo antes de que Dios hiciera temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca, y a las naciones (v. 6-7), esto es, a todo el mundo gentil, para preparar camino para la venida del Deseado de todas las naciones (v. 7). Grandes cambios en el mundo político se predicen comúnmente en las Escrituras bajo la figura de terremotos, tales fueron las conmociones en el imperio romano a partir de la muerte de Julio César hasta el nacimiento de Ieshúa, que perdió todas las provincias de la nación, y terminó en un cambio de gobierno romano, lo suficientemente grande como para responder a la descripción del profeta Hagái.
Por lo tanto, la postura a la que se refiere a las riquezas y a la estructura en el segundo templo como constituyentes de una “mayor gloria” no es defendible, y aplican mejor las palabras de la profecía, con todo su contexto, a una persona. El hebreo que aparece en la lectura tiene el verbo “vendrá” de “vendrá el Deseado” en plural: וּבָ֖אוּ חֶמְדַּ֣ת “vendrán el Deseado”. Pero parece ser un error de transcripción, la Vav final en וּבָ֖אוּ, haciendo un verbo en plural, porque tanto la versión de los LXX, el Targúm y Jerónimo, del hebreo leyeron el verbo en singular, y por lo tanto, parece ser que debe de interpretarse o leerse ובא חמדת, “Vendrá el Deseado”, y porque la ו (Vav) muchas veces aparece reemplazando la letra ה (Héi).
En la visión del hombre con un cordel de medir en el libro de Zacarías nos da un paralelo cercano a esta profecía Hag 2.7:
| Y he aquí, salía aquel ángel que hablaba conmigo, y otro ángel le salió al encuentro, y le dijo: Corre, habla a este joven, diciendo: Sin muros será habitada Jerusalén, a causa de la multitud de hombres y de ganado en medio de ella. Yo seré para ella, dice el Eterno, muro de fuego en derredor, y para gloria estaré en medio de ella. (Zacarías 2.3-5).
En este pasaje, la ciudad es referida en lugar del templo, pero la gloria que llenaría en ambos casos se deriva de la propia presencia del Eterno. La promesa no se cumplió porque Jerusalén era una ciudad elegida, o porque el templo era un lugar escogido, o porque los judíos eran el pueblo elegido, sino porque el Eterno mismo vendría personalmente para estar con su pueblo en su templo en Jerusalén. Fue él, quien dio importancia a sus esfuerzos para la reconstrucción de la ciudad y el templo.
Ya desde días de Abraham se prometió una simiente (Gn 22.18), en la que “todas las naciones de la tierra serían bendecidas”. La promesa fue renovada a Isaac (Gn 26.4), después a Jacob (Gn 28.14), y se elige a uno de la posteridad de Judá, a Shiló, que fue anunciado para ser “la reunión de los pueblos” (Gn 49.10), o, como la palabra hebrea se representa por las antiguas versiones (LXX; Siríaca; Vulgata) y comentaristas judíos (Rashí), “la expectativa del pueblo”. Luego de una sola familia, de la tribu de Judá, de la simiente de David, David dice por el Espíritu, que todas las familias de la tierra, como los intérpretes de la versión de los LXX leen, serán bendecidos en ella, y todas las naciones lo llamarán bendito. Esto no fue Salomón, porque de la misma raíz de Isaí el profeta Isaías predijo en Is 11.10 que los gentiles lo buscarían, o, como tradujeron los de la versión de los LXX, “en él esperarán”, “y su paz será gloriosa”, y una vez más, en nuestra traducción tiene que, “las costas esperarán su ley” (Is 42.4), es decir, el Mesías, y en la versión de los LXX interpreta, “en su nombre esperarán los gentiles”. Y en cuanto a Israel, se da a entender que una vez fue su deseo, hasta que apareció sin pompa y sin esplendor, cosa que esperaban de él, y por lo tanto no vieron atractivo en él para que le desearan (Is 53.2). Y sin buscar más autoridades, podemos consentir en la confesión de Rashí, quien afirma que los antiguos expusieron que esta profecía de Hagái habla del Mesías: “Los antiguos expusieron de esta porción sobre el Mesías”.
Por lo tanto, parece, que la expectativa, la esperanza, el deseo de todas las naciones, y de Israel, en particular, era una descripción conocida de alguna persona, y que era transmitida de un profeta a otro, y que se fijaba sobre el Mesías.
Compárese también esta predicción del profeta Hagái con la casi exacta predicción mesiánica del profeta Malaquías:
| He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho el Eterno de los ejércitos. (Mal 3.1)
Las predicciones, los gentiles referidos y el lugar, están exactamente en acuerdo, que uno debe pensar que la misma persona se entiende por ambos profetas. Y que no es nadie más que Ieshúa, el Mesías, que en los días de su venida se le llamó, la esperanza, la esperanza bienaventurada y la esperanza de Israel, con la esperanza de la promesa de las doce tribus, la bendición de Abraham a los gentiles (1Ti 1.1; Ti 2.13; Hch 28.20; Hch 26.6-8; Gal 3.14), considerando también que para el momento en el que esta profecía fue pronunciada, las diez tribus de Israel, conocidas por el sobrenombre Efráim, ya se habían mezclado con las naciones: “Efráim se ha mezclado con los demás pueblos” (Os 7.8), y “engendraron hijos extraños” (Os 5.7) y cuando se mezclaron con las naciones paganas, las diez tribus vinieron a ser parte de las naciones, como había sido profetizado sobre Efráim: “formará la plenitud de las naciones” (Gn 48.19), por lo que, la mención de las naciones por el profeta Hagái: "El Deseado de las Naciones" incluye también a las diez tribus de Israel., que poseían el conocimiento de la venida del Mesías para redimirlos, y esta era la expectativa que tenían muchos.
Por lo tanto, el primer templo tuvo una gloria en su magnífica estructura, hermosos ornamentos, y sacrificios costosos, pero esto era una gloria terrenal, pero lo que se prometió aquí, es una gloria celestial de la presencia del Mesías en el templo. El que es el resplandor de la gloria de Dios, apareció en este segundo templo. La gloria de este templo consistía en la visita de Aquel que “se hizo carne y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.” (Jn 1.14). Esta es la gloria que el profeta Malaquías descibe con alegría: "El Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros." (Mal 3.1).
Por lo tanto, después de analizar esta profecía a la luz de su cumplimiento, vemos que la llegada del Mesías en el segundo templo era necesaria. El Mesías tenía que venir cuando el segundo templo estuviera en pie.
La profecía de Hagái continúa diciendo que una de las finalidades de la gloria que habitará en este templo, es que habrá paz. Pero no una paz externa, sino la paz de la reconciliación entre Dios y el hombre, que no existía por causa del pecado. En hebreo paz se dice Shalom, shalom (shalem) significa también completo. Desde el primer pecado, la humanidad no ha podido reconciliarse por completo con su Creador. Es el Mesías quien por medio de su sacrificio limpia al hombre de su pecado, su conciencia de obras de maldad, y reconcilia por completo al hombre con su Creador. Y esa es la verdadera paz, la paz que trajo Ieshúa: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da.” (Jn 14.27). “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Ieshúa el Mesías.” (Rm 5.1).
| Porque así dice el Eterno de los ejércitos: Después de uno, a poco, yo haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca; y haré temblar a todas las naciones, y vendrá el Deseado de todas las naciones; y llenaré de gloria esta casa, ha dicho el Eterno de los ejércitos. Mía es la plata, y mío es el oro, dice el Eterno de los ejércitos. La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera, ha dicho el Eterno de los ejércitos; y daré paz en este lugar, dice el Eterno de los ejércitos. (Hagái 2.6-9)
Hageo 2.7-9, es una profecía dada en el momento cuando los exiliados de la Casa de Judá habían regresado del cautiverio de Babilonia y se empezaba a reconstruir el segundo Templo en Jerusalén. En esta profecía, Dios proclama que él iba a llenar el nuevo Templo con su gloria (v. 7). Anteriormente, el tabernáculo y el templo de Salomón habían sido "llenos de la gloria" con la venida de la presencia de Dios (Éx 40.34-35; 2 Cr 5.14; 7.1-3), pero en ningún caso se comparará a la gloria que acompañará al segundo Templo según la predicción del profeta: "La gloria de esta postrera Casa será mayor que la primera," (v. 7). ¿En qué sentido, entonces, la gloria de Dios llena el segundo Templo?
Algunos judíos (Rashí & Kimji) son de la opinión que, por el Deseado del v. 7 que es con lo que se llenará el templo de gloria, debe de entenderse por “las cosas deseables de todas las naciones”, sus riquezas, piedras preciosas, y otras cosas materiales. Sin embargo, esto no tiene sentido, porque de las cosas no se puede decir que “vendrán”, porque es una acción personal, y debería de leerse “serán traídas”, y en ese caso en hebreo la lectura debería ser יבאיו o היבאיו, pero no באו como aparece en esta profecía. Y al ver esto, algunos judíos agregan a la Escritura Santa la partícula “con” y consideran que las “naciones”, son el caso nominativo al verbo “vendrán”, dando el sentido que “las naciones vendrán con riquezas, y estas llenarán la Casa con gloria,” y que con estos presentes que las naciones entregarán, para adornar este templo, superarán en riquezas al templo de Salomón. Cosa que no es cierta. La gloria con la que sería llenada el templo no son las cosas materiales que vendrían de las naciones, porque en el sentido material la gloria del segundo templo no pudo superar la gloria del primero, ya que le faltaban muchos tesoros que el primero contenía (cf. Esr 3.12), y por lo tanto, materialmente no podría aplicarse lo que predijo el profeta al segundo templo: “La gloria de esta postrera Casa será mayor que la primera.” (v. 7). Además, no es probable que los regalos de prosélitos y adoradores de las naciones, las contribuciones de príncipes paganos, y la devoción de países de su entorno, fueran apreciados por los judíos como mayor gloria que la magnificencia del templo de Salomón, y es descabellado pensar que el profeta insinúe sobre los tesoros materiales como constituyentes de una "mayor gloria". Es evidente que el profeta Hagái no está diciendo que cuando el segundo templo sea completado será materialmente más espléndido que el primero. Históricamente no fue así, incluso con los adornos de Herodes durante la época romana. Los judíos incluso confiesan, que el segundo templo no tenía ninguno de los cinco elementos que el primer templo tenía: 1. El Arca, con el propiciatorio y los querubines, 2. La Shejiná. 3. El Espíritu de Profecía. 4. El Urim y Tumim, y 5. El Fuego Santo en el altar. (véase Talmud Ierushalmi, Taaniot, fol. 65.1; Talmud Bavli, Iomá 21b; Rashí & Kimji en Hagái 1.8).
El profeta, evidentemente, está viendo algo mucho más significativo que la piedra y el mortero, el oro y la plata, cosas a las que Dios no da importancia diciendo: “Mía es la plata, y el oro” v. 8, que es una manera de hablar no infrecuentemente en las Escrituras, para dar a entender que él no se complace en tales cosas, como en Sal 50.10-12: “Porque mía es toda bestia del bosque, y los millares de animales en los collados. Conozco a todas las aves de los montes, y todo lo que se mueve en los campos me pertenece. Si yo tuviese hambre, no te lo diría a ti; porque mío es el mundo y su plenitud.” Así que aquí, en Hagái 2.8, el Eterno les dice, que para la gloria del segundo Templo él no necesitaba el oro o la plata, porque toda la riqueza del mundo le pertenece.
Por lo tanto, la gloria que Dios tenía preparada para este segundo templo, es de otra naturaleza. Y consistirá en la presencia de Aquel, que se describe como el “Deseado de todas las naciones”: “Y vendrá el Deseado de todas las naciones; y llenaré de gloria esta Casa, ha dicho el Eterno de los ejércitos.” (v. 7). Pero ellos no debían de esperar esta gloria de inmediato, porque grandes revoluciones debían ocurrir primero en el mundo: “Después de uno [reino] a poco tiempo, y [o “después de esto”] haré temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca, y haré temblar a todas las naciones, y el Deseado [en expectativa] de todas las naciones vendrá.” v.6-7. Es decir, vendrá a este templo, que sería el resultado de la llenura de gloria de este templo. El reino persa bajo el que vivían en ese momento estaba subsistiendo, y, después de otro reino, que debía suceder a ese, debería pasar un poco de tiempo antes de que Dios hiciera temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra seca, y a las naciones (v. 6-7), esto es, a todo el mundo gentil, para preparar camino para la venida del Deseado de todas las naciones (v. 7). Grandes cambios en el mundo político se predicen comúnmente en las Escrituras bajo la figura de terremotos, tales fueron las conmociones en el imperio romano a partir de la muerte de Julio César hasta el nacimiento de Ieshúa, que perdió todas las provincias de la nación, y terminó en un cambio de gobierno romano, lo suficientemente grande como para responder a la descripción del profeta Hagái.
Por lo tanto, la postura a la que se refiere a las riquezas y a la estructura en el segundo templo como constituyentes de una “mayor gloria” no es defendible, y aplican mejor las palabras de la profecía, con todo su contexto, a una persona. El hebreo que aparece en la lectura tiene el verbo “vendrá” de “vendrá el Deseado” en plural: וּבָ֖אוּ חֶמְדַּ֣ת “vendrán el Deseado”. Pero parece ser un error de transcripción, la Vav final en וּבָ֖אוּ, haciendo un verbo en plural, porque tanto la versión de los LXX, el Targúm y Jerónimo, del hebreo leyeron el verbo en singular, y por lo tanto, parece ser que debe de interpretarse o leerse ובא חמדת, “Vendrá el Deseado”, y porque la ו (Vav) muchas veces aparece reemplazando la letra ה (Héi).
En la visión del hombre con un cordel de medir en el libro de Zacarías nos da un paralelo cercano a esta profecía Hag 2.7:
| Y he aquí, salía aquel ángel que hablaba conmigo, y otro ángel le salió al encuentro, y le dijo: Corre, habla a este joven, diciendo: Sin muros será habitada Jerusalén, a causa de la multitud de hombres y de ganado en medio de ella. Yo seré para ella, dice el Eterno, muro de fuego en derredor, y para gloria estaré en medio de ella. (Zacarías 2.3-5).
En este pasaje, la ciudad es referida en lugar del templo, pero la gloria que llenaría en ambos casos se deriva de la propia presencia del Eterno. La promesa no se cumplió porque Jerusalén era una ciudad elegida, o porque el templo era un lugar escogido, o porque los judíos eran el pueblo elegido, sino porque el Eterno mismo vendría personalmente para estar con su pueblo en su templo en Jerusalén. Fue él, quien dio importancia a sus esfuerzos para la reconstrucción de la ciudad y el templo.
Ya desde días de Abraham se prometió una simiente (Gn 22.18), en la que “todas las naciones de la tierra serían bendecidas”. La promesa fue renovada a Isaac (Gn 26.4), después a Jacob (Gn 28.14), y se elige a uno de la posteridad de Judá, a Shiló, que fue anunciado para ser “la reunión de los pueblos” (Gn 49.10), o, como la palabra hebrea se representa por las antiguas versiones (LXX; Siríaca; Vulgata) y comentaristas judíos (Rashí), “la expectativa del pueblo”. Luego de una sola familia, de la tribu de Judá, de la simiente de David, David dice por el Espíritu, que todas las familias de la tierra, como los intérpretes de la versión de los LXX leen, serán bendecidos en ella, y todas las naciones lo llamarán bendito. Esto no fue Salomón, porque de la misma raíz de Isaí el profeta Isaías predijo en Is 11.10 que los gentiles lo buscarían, o, como tradujeron los de la versión de los LXX, “en él esperarán”, “y su paz será gloriosa”, y una vez más, en nuestra traducción tiene que, “las costas esperarán su ley” (Is 42.4), es decir, el Mesías, y en la versión de los LXX interpreta, “en su nombre esperarán los gentiles”. Y en cuanto a Israel, se da a entender que una vez fue su deseo, hasta que apareció sin pompa y sin esplendor, cosa que esperaban de él, y por lo tanto no vieron atractivo en él para que le desearan (Is 53.2). Y sin buscar más autoridades, podemos consentir en la confesión de Rashí, quien afirma que los antiguos expusieron que esta profecía de Hagái habla del Mesías: “Los antiguos expusieron de esta porción sobre el Mesías”.
Por lo tanto, parece, que la expectativa, la esperanza, el deseo de todas las naciones, y de Israel, en particular, era una descripción conocida de alguna persona, y que era transmitida de un profeta a otro, y que se fijaba sobre el Mesías.
Compárese también esta predicción del profeta Hagái con la casi exacta predicción mesiánica del profeta Malaquías:
| He aquí, yo envío mi mensajero, el cual preparará el camino delante de mí; y vendrá súbitamente a su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho el Eterno de los ejércitos. (Mal 3.1)
Las predicciones, los gentiles referidos y el lugar, están exactamente en acuerdo, que uno debe pensar que la misma persona se entiende por ambos profetas. Y que no es nadie más que Ieshúa, el Mesías, que en los días de su venida se le llamó, la esperanza, la esperanza bienaventurada y la esperanza de Israel, con la esperanza de la promesa de las doce tribus, la bendición de Abraham a los gentiles (1Ti 1.1; Ti 2.13; Hch 28.20; Hch 26.6-8; Gal 3.14), considerando también que para el momento en el que esta profecía fue pronunciada, las diez tribus de Israel, conocidas por el sobrenombre Efráim, ya se habían mezclado con las naciones: “Efráim se ha mezclado con los demás pueblos” (Os 7.8), y “engendraron hijos extraños” (Os 5.7) y cuando se mezclaron con las naciones paganas, las diez tribus vinieron a ser parte de las naciones, como había sido profetizado sobre Efráim: “formará la plenitud de las naciones” (Gn 48.19), por lo que, la mención de las naciones por el profeta Hagái: "El Deseado de las Naciones" incluye también a las diez tribus de Israel., que poseían el conocimiento de la venida del Mesías para redimirlos, y esta era la expectativa que tenían muchos.
Por lo tanto, el primer templo tuvo una gloria en su magnífica estructura, hermosos ornamentos, y sacrificios costosos, pero esto era una gloria terrenal, pero lo que se prometió aquí, es una gloria celestial de la presencia del Mesías en el templo. El que es el resplandor de la gloria de Dios, apareció en este segundo templo. La gloria de este templo consistía en la visita de Aquel que “se hizo carne y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.” (Jn 1.14). Esta es la gloria que el profeta Malaquías descibe con alegría: "El Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a quien deseáis vosotros." (Mal 3.1).
Por lo tanto, después de analizar esta profecía a la luz de su cumplimiento, vemos que la llegada del Mesías en el segundo templo era necesaria. El Mesías tenía que venir cuando el segundo templo estuviera en pie.
La profecía de Hagái continúa diciendo que una de las finalidades de la gloria que habitará en este templo, es que habrá paz. Pero no una paz externa, sino la paz de la reconciliación entre Dios y el hombre, que no existía por causa del pecado. En hebreo paz se dice Shalom, shalom (shalem) significa también completo. Desde el primer pecado, la humanidad no ha podido reconciliarse por completo con su Creador. Es el Mesías quien por medio de su sacrificio limpia al hombre de su pecado, su conciencia de obras de maldad, y reconcilia por completo al hombre con su Creador. Y esa es la verdadera paz, la paz que trajo Ieshúa: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da.” (Jn 14.27). “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Ieshúa el Mesías.” (Rm 5.1).