El pueblo de Judá siempre ha mostrado escepticismo ante la interpretación de Isaías 7 sobre el nacimiento del Mesías de una mujer virgen. En este breve comentario, responderé a los argumentos de los anti-mesíanicos y aclararé de manera concisa que la profecía de Isaías 7,14 es, efectivamente, una profecía mesiánica. Los siguientes acontecimientos ocurrieron en 735-733 a.C.
Con el capítulo 7 de Isaías se abre una serie de profecías habidas en los años del reinado del impío Ajaz, rey político que sólo tiene puntos de mira humanos. La sección Is 7:1-8:15 refleja la actividad de Isaías durante la invasión siro-efraimita, momento de gran crisis para la nación judía. En Isaías 7,1-16, se describe un contexto de crisis para el reino de Judá. El rey Ajaz de Judá y la Casa de David enfrentan una amenaza de invasión por parte de los reyes aliados de Israel (Peka) y Siria (Rezin). Cito el texto:
Con el capítulo 7 de Isaías se abre una serie de profecías habidas en los años del reinado del impío Ajaz, rey político que sólo tiene puntos de mira humanos. La sección Is 7:1-8:15 refleja la actividad de Isaías durante la invasión siro-efraimita, momento de gran crisis para la nación judía. En Isaías 7,1-16, se describe un contexto de crisis para el reino de Judá. El rey Ajaz de Judá y la Casa de David enfrentan una amenaza de invasión por parte de los reyes aliados de Israel (Peka) y Siria (Rezin). Cito el texto:
Aconteció en los días de Acaz hijo de Jotam, hijo de Uzías, rey de Judá, que Rezín rey de Siria y Peka hijo de Remalías, rey de Israel, subieron contra Jerusalén para combatirla; pero no la pudieron tomar. Y vino la nueva a la Casa de David, diciendo: Siria se ha confederado con Efraím. Y se le estremeció el corazón, y el corazón de su pueblo, como se estremecen los árboles del monte a causa del viento. (Is 7,1-2)
La alianza entre Siria e Israel colocó a Judá en una situación de emergencia. Los dos reinos invasores desean derrocar a la Casa real de David, usurpar el reinado, y poner en el trono a otro candidato al cual ellos llaman “hijo de Taveel”: «Vamos contra Judá y aterroricémosla, y repartámosla entre nosotros, y pongamos en medio de ella por rey al hijo de Taveel» (Is 7,6).
Ante esta noticia, Dios envía al profeta Isaías para ofrecer un mensaje de esperanza y asegurar al rey Ajaz que no será destronado y que la dinastía davídica tampoco serpa derrocada. Cito el texto:
Ante esta noticia, Dios envía al profeta Isaías para ofrecer un mensaje de esperanza y asegurar al rey Ajaz que no será destronado y que la dinastía davídica tampoco serpa derrocada. Cito el texto:
Dile (a Ajaz): Guarda, y repósate; no temas, ni se turbe tu corazón a causa de estos dos cabos de tizón que humean, por el ardor de la ira de Rezín y de Siria, y del hijo de Remalías. Ha acordado maligno consejo contra ti el sirio, con Efraím y con el hijo de Remalías, diciendo: Vamos contra Judá y aterroricémosla, y repartámosla entre nosotros, y pongamos en medio de ella por rey al hijo de Tabeel. Por tanto, el Eterno el Señor dice así: No subsistirá, ni será. (Is 7,4-7)
Observe que Dios ofrece al rey Ajaz y a la Casa de David, seguridad y preservación ante estos dos reyes que buscaban su destrucción. El Eterno por medio del profeta Isaías le brinda consuelo divino a Ajaz y la Casa de David, instándolo a no temer la situación. Le inspiró confianza en Dios, recordándole que los invasores no eran más que dos tizones humeantes, capaces solo de producir humo intimidante, pero destinados a extinguirse pronto.
El profeta ofrece al rey escéptico una única condición para su tranquilidad: creer en la palabra divina, expresada a través del propio Isaías, pero Ajaz se presenta incrédulo. En respuesta el profeta advierte: «Si vosotros no creyereis, de cierto no permaneceréis» (Is 7,9). Aquí se presenta un juego de palabras. Los dos términos de la frase provienen de la misma raíz hebrea, «אָמַן; amán», que significa «confirmar» o «establecer», y en su forma causativa, «creer». Esta exhortación a la fe es una clara referencia al oráculo de Natán (2 Sm 7,12-16), donde se prometía una descendencia eterna para la dinastía de David. La expresión refleja que Isaías estaba profundamente convencido que la dinastía de David estaba destinada a tener un trono estable porque de allí saldría el Mesías prometido.
Así que Isaías le dice a Ajáz como garantía y veracidad de su palabra que pida una señal a Dios, pero Ajáz se niega, fingiendo piedad y religiosidad: «No pediré, y no tentaré al Eterno» (Is 7,12). Cito el texto:
El profeta ofrece al rey escéptico una única condición para su tranquilidad: creer en la palabra divina, expresada a través del propio Isaías, pero Ajaz se presenta incrédulo. En respuesta el profeta advierte: «Si vosotros no creyereis, de cierto no permaneceréis» (Is 7,9). Aquí se presenta un juego de palabras. Los dos términos de la frase provienen de la misma raíz hebrea, «אָמַן; amán», que significa «confirmar» o «establecer», y en su forma causativa, «creer». Esta exhortación a la fe es una clara referencia al oráculo de Natán (2 Sm 7,12-16), donde se prometía una descendencia eterna para la dinastía de David. La expresión refleja que Isaías estaba profundamente convencido que la dinastía de David estaba destinada a tener un trono estable porque de allí saldría el Mesías prometido.
Así que Isaías le dice a Ajáz como garantía y veracidad de su palabra que pida una señal a Dios, pero Ajáz se niega, fingiendo piedad y religiosidad: «No pediré, y no tentaré al Eterno» (Is 7,12). Cito el texto:
Habló también el Eterno a Acaz, diciendo: Pide para ti señal del Eterno tu Dios, demandándola ya sea de abajo en lo profundo, o de arriba en lo alto. Y respondió Acaz: No pediré, y no tentaré al Eterno. (Is 7,10-12)
Es indudable que Ajaz lo rechaza porque no está dispuesto a seguir el consejo de Isaías. Ante el rechazo de Ajaz, el profeta se aparta de él, y se dirige hacia la angustiada Casa de David, y los consuela con una buena noticia. Isaías proclama para la Casa de David la promesa divina de un signo: una doncella (o virgen) concebiría y daría a luz un hijo llamado Emanuel, que significa «Dios con nosotros». El texto dice:
Dijo entonces Isaías: Oíd ahora, casa de David. ¿Os es poco el ser molestos a los hombres, sino que también lo seáis a mi Dios? Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel. Comerá mantequilla y miel, hasta que sepa desechar lo malo y escoger lo bueno. Porque antes que el niño sepa desechar lo malo y escoger lo bueno, la tierra de los dos reyes que tú temes será abandonada. (Is 7,13.16)
Este oráculo ha sido objeto de una extensa controversia que continúa hasta el día de hoy. El oráculo se pronuncia en presencia de la Corte Real, temerosa de que la dinastía davídica pueda ser derrocada. Semejante desastre implicaría la anulación de la gran promesa dinástica hecha a la Casa de David (2 Sm 7,12-16). Desde la perspectiva de Judá, las esperanzas de prosperidad para el pueblo de Dios dependían de la continuidad de un sucesor davídico.
Observe que al ver la actitud del rey impío Ajaz, el profeta Isaías se aparta de él, y se dirige hacia la Casa de David que estaba angustiada en este momento por su posible destrucción y detronación, y, por lo tanto, el signo no es dirigido específicamente a Ajaz, sino a la Casa de David, aunque él se incluya en ella. También llamo su atención a ver el propósito de la señal que consistía en asegurar la existencia y preservación de la Casa de David y su trono basado en una cadena ininterrumpida desde el rey David. Ajáz rechazó cualquier tipo de signo prodigioso, pero aun así Dios otorga un signo a la Casa de David. Esta señal se manifestaría en que una doncella (o virgen) concebiría y daría a luz un hijo llamado Emanuel. Es evidente que el mensaje del profeta es que el varón anunciado debe provenir de la Casa de David como signo y garantía de su preservación. Cuanto más distante fuera el nacimiento de este descendiente del rey David, más tiempo perduraría la dinastía davídica y la Casa de David. Pero el signo reposa en una señal sorprendente, y no en el nacimiento común de un varón, evento que sucede todos los días, pero este varón de la Casa de David debía de nacer de una almá (עלמה). El hebreo (עלמה) almá deriva del hebreo alám (עלם): oculta, no conocida. Así una almá (עלמה) es una mujer que no ha sido conocida por varón. Y es justamente traducida por παρθενος: virgen por el escriba del hebreo al griego del Evangelio de Mt, y como lo habían hecho cientos de años antes los 72 intérpretes y escribas judíos de la Septuaginta en Isaías 7,14. El nacimiento de este hijo se presenta como algo estupendo y extraordinario, como una señal, אות (ot), un prodigio, maravilla o milagro, y por esa razón tiene un «he aquí» prefijado a él al inicio de esta profecía: Acaso ¿El significado del profeta era solo que una joven mujer casada quedaría embarazada? ¿Dónde estaría la maravilla? ¿En dónde está lo sorprendente en un hecho que repetidamente sucede todos los días?
Al nacer, el niño de esta mujer virgen se alimentará de mantequilla y miel, un alimento blando típico de la primera infancia, así como se comen las compotas actuales. Este detalle crea un contraste entre el nombre Emanuel, que significa «Dios con nosotros», y la realidad de un niño que come alimento como cualquier recién nacido. En el versículo 16, el profeta anuncia que, antes de que el niño llegue a distinguir entre el bien y el mal, y no después, la tierra de los dos reyes que Ajaz teme será abandonada. Como había sido profetizado que el Mesías tenía nacer de la Casa de David y ser descendiente en línea directa del rey David, y la Escritura no puede ser anulada, el sentido del anuncio es que, antes del nacimiento de este niño, los reyes de Siria y de la Casa de Israel (Peka) tenían que ser desterrados, y de esta manera el trono de David no sería derrocado, ya que estaba predestinado que la Casa de David perduraría hasta el nacimiento del prometido descendiente de David. Esta señal era una garantía sólida, ya que estaba firmemente profetizado que el Mesías tenían que descender de la Casa de David (Sm 7,12-16). Asimismo, había sido anunciado por el patriarca Jacob que el cetro de Judá no sería retirado «hasta que venga Shiló» (cf. Gn 49,10), y Shiló ha sido interpretado tanto por judíos como cristianos como una referencia directa al Mesías. Una vez más, como era sabido que el Mesías tenía que ser descendiente de la Casa de David, y ser un descendiente en línea directa del rey David, la permanencia de esta Casa era necesaria hasta el día de su nacimiento, y así Dios garantiza que antes del nacimiento del varón nacido de una virgen, no habría derrocamiento de la Casa de David ni del trono de la dinastía davídica. Esto significa que esta profecía no puede estar hablando de alguien más que no sea el Mesías descendiente del rey David heredero legal del trono.
Conclusión de la Evidencia
Para llegar a esta conclusión también se debe de procurar determinar el sentido del texto del c.7,14 según las cualidades que en los c.8 y 9 se asignan a ese misterioso niño, que en el c.7 aparece sólo anunciado, sin concretar más. Efectivamente, en Is 8,8, en la frase «cubrirán toda tu tierra, ¡oh Emanuel!» se supone que la tierra de Judá, que es invadida por los ejércitos asirios, es «la tierra del Emanuel». Como en el Tanáj (Antiguo Testamento) la tierra de Judá se llama «Tierra del Iahvé» y nunca tierra de algún rey particular (cf. Is 14,2.25; Is 47,6; Os 9,3; Jer 2,7; Jer 12,14; 1Sa 26,19; 2Sa 14,19.), se sigue que el profeta parece dar al Emanuel un rango divino. Ese mismo niño misterioso, Emanuel, es presentado en Is 8,8-10 como el Salvador del futuro pueblo elegido, siendo así prenda de la salvación del mismo pueblo en la época de Isaías ante la avalancha del ejército asirio, al que terminará por aniquilar totalmente. Y ésta es la gran misión del Mesías en las esperanzas de todos los israelitas de todos los tiempos.
Por otra parte, este mismo Emanuel es presentado con atributos que trascienden cualquier aplicación a una figura histórica contemporánea del profeta. Se nos dice que «un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; el principado está sobre su hombro, y su nombre será llamado Admirable Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz» (Is 9,5), que reinará sobre el trono de David y será luz para las regiones de Zabulón y Neftalí (Is 9,1). Su linaje se remonta a la Casa real de David, y está adornado con las virtudes excepcionales de gobierno propias del príncipe ideal: «sobre él reposará el Espíritu de Iahvé, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor del Señor. No juzgará por la vista de sus ojos, ni decidirá por el oído de sus oídos; sino que juzgará con justicia a los pobres, y decidirá con equidad por los mansos de la tierra... La justicia será el cinto de sus lomos, y la fidelidad el cinto de sus riñones» (Is 11,1.5). Todas estas descripciones nos conducen inevitablemente hacia un horizonte mesiánico, y solo pueden ser atribuidas a la persona del Mesías.
Isaías y Miquéas
Por otra parte, en Miqueas (5,1-5) encontramos un anuncio paralelo que complementa e ilumina el de Isaías, sobre todo si consideramos que ambos profetas fueron contemporáneos y posiblemente compartían una escuela de profecía. En Miqueas parece haber una clara referencia a la profecía del «Libro de Emanuel» de Isaías, ya que se anuncia el nacimiento de un «Dominador en Israel», salvador de su pueblo contra las temidas incursiones asirias, proveniente de la ciudad de Belén, precisamente el lugar de origen de Jesé, padre de David, y del que había de nacer el Mesías según Isaías (Is 11,1). Podemos, por tanto, observar una clara analogía entre la «doncella» de Isaías (7,14) y la «que ha de dar a luz» de Miqueas (5,1-5), así como una estrecha similitud entre la misión salvadora frente a la invasión asiria del «vástago de Jesé» de Isaías (11,1) y del que nace en Belén, ciudad de Jesé, en Miqueas.
Por úlitmo, quier pronunciar acerca de la idea que el hijo nacido en Isaías 7,14 sea Jizquiá / Ezequías. Esto no debe entenderse de Ezequías, el hijo de Ajaz, por su esposa, como algunos escritores judíos lo interpretan. Esta interpretación ya ha sido refutada por el mismo Rashí, al observar que Ezequías tenía nueve años cuando su padre comenzó a reinar, y siendo este, como él dice, el cuarto año de su reinado, debía tener en este momento de la escena desarrollada en “Isaías 7” trece años de edad, así no podía ser el niño a nacer en Is 7,14. De la misma forma, Aben Ezra y Kimji se oponen a creer que era Ezequías. A lo que se puede añadir que su madre no podía ser considerada una doncella y mucho menos una virgen. Difícilmente se concibe que el profeta, hablando al rey, llamara a la reina doncella, cuando ya era esposa legítima. Cuando Isaías profirió la profecía (hacia el año 734 a.C., con ocasión de la invasión siro-efraimita), Ezequías ya había nacido y tenía al menos nueve años, o dieciocho, según otro cómputo cronológico. Ezequías subió probablemente al trono en el 727, cuando tenía veinticinco años (2Re 18,2). Luego en el año en que fue hecha la profecía (735-734) tenía ya dieciocho años. Pero, sobre todo, lo que hace imposible la identificación del Emanuel con el Ezequías histórico es que las cualidades que en Is 9,5 se aplican al misterioso niño Emanuel desbordan totalmente la personalidad histórica del piadoso Ezequías: ¿Cómo llamar “Admirable consejero, Dios fuerte,” a un rey como Ezequías, que se mostró tan imprudente con ocasión de la embajada de Merodacbaladán y que lloró como un niño cuando Isaías le anunció la próxima muerte?
Observe que al ver la actitud del rey impío Ajaz, el profeta Isaías se aparta de él, y se dirige hacia la Casa de David que estaba angustiada en este momento por su posible destrucción y detronación, y, por lo tanto, el signo no es dirigido específicamente a Ajaz, sino a la Casa de David, aunque él se incluya en ella. También llamo su atención a ver el propósito de la señal que consistía en asegurar la existencia y preservación de la Casa de David y su trono basado en una cadena ininterrumpida desde el rey David. Ajáz rechazó cualquier tipo de signo prodigioso, pero aun así Dios otorga un signo a la Casa de David. Esta señal se manifestaría en que una doncella (o virgen) concebiría y daría a luz un hijo llamado Emanuel. Es evidente que el mensaje del profeta es que el varón anunciado debe provenir de la Casa de David como signo y garantía de su preservación. Cuanto más distante fuera el nacimiento de este descendiente del rey David, más tiempo perduraría la dinastía davídica y la Casa de David. Pero el signo reposa en una señal sorprendente, y no en el nacimiento común de un varón, evento que sucede todos los días, pero este varón de la Casa de David debía de nacer de una almá (עלמה). El hebreo (עלמה) almá deriva del hebreo alám (עלם): oculta, no conocida. Así una almá (עלמה) es una mujer que no ha sido conocida por varón. Y es justamente traducida por παρθενος: virgen por el escriba del hebreo al griego del Evangelio de Mt, y como lo habían hecho cientos de años antes los 72 intérpretes y escribas judíos de la Septuaginta en Isaías 7,14. El nacimiento de este hijo se presenta como algo estupendo y extraordinario, como una señal, אות (ot), un prodigio, maravilla o milagro, y por esa razón tiene un «he aquí» prefijado a él al inicio de esta profecía: Acaso ¿El significado del profeta era solo que una joven mujer casada quedaría embarazada? ¿Dónde estaría la maravilla? ¿En dónde está lo sorprendente en un hecho que repetidamente sucede todos los días?
Al nacer, el niño de esta mujer virgen se alimentará de mantequilla y miel, un alimento blando típico de la primera infancia, así como se comen las compotas actuales. Este detalle crea un contraste entre el nombre Emanuel, que significa «Dios con nosotros», y la realidad de un niño que come alimento como cualquier recién nacido. En el versículo 16, el profeta anuncia que, antes de que el niño llegue a distinguir entre el bien y el mal, y no después, la tierra de los dos reyes que Ajaz teme será abandonada. Como había sido profetizado que el Mesías tenía nacer de la Casa de David y ser descendiente en línea directa del rey David, y la Escritura no puede ser anulada, el sentido del anuncio es que, antes del nacimiento de este niño, los reyes de Siria y de la Casa de Israel (Peka) tenían que ser desterrados, y de esta manera el trono de David no sería derrocado, ya que estaba predestinado que la Casa de David perduraría hasta el nacimiento del prometido descendiente de David. Esta señal era una garantía sólida, ya que estaba firmemente profetizado que el Mesías tenían que descender de la Casa de David (Sm 7,12-16). Asimismo, había sido anunciado por el patriarca Jacob que el cetro de Judá no sería retirado «hasta que venga Shiló» (cf. Gn 49,10), y Shiló ha sido interpretado tanto por judíos como cristianos como una referencia directa al Mesías. Una vez más, como era sabido que el Mesías tenía que ser descendiente de la Casa de David, y ser un descendiente en línea directa del rey David, la permanencia de esta Casa era necesaria hasta el día de su nacimiento, y así Dios garantiza que antes del nacimiento del varón nacido de una virgen, no habría derrocamiento de la Casa de David ni del trono de la dinastía davídica. Esto significa que esta profecía no puede estar hablando de alguien más que no sea el Mesías descendiente del rey David heredero legal del trono.
Conclusión de la Evidencia
Para llegar a esta conclusión también se debe de procurar determinar el sentido del texto del c.7,14 según las cualidades que en los c.8 y 9 se asignan a ese misterioso niño, que en el c.7 aparece sólo anunciado, sin concretar más. Efectivamente, en Is 8,8, en la frase «cubrirán toda tu tierra, ¡oh Emanuel!» se supone que la tierra de Judá, que es invadida por los ejércitos asirios, es «la tierra del Emanuel». Como en el Tanáj (Antiguo Testamento) la tierra de Judá se llama «Tierra del Iahvé» y nunca tierra de algún rey particular (cf. Is 14,2.25; Is 47,6; Os 9,3; Jer 2,7; Jer 12,14; 1Sa 26,19; 2Sa 14,19.), se sigue que el profeta parece dar al Emanuel un rango divino. Ese mismo niño misterioso, Emanuel, es presentado en Is 8,8-10 como el Salvador del futuro pueblo elegido, siendo así prenda de la salvación del mismo pueblo en la época de Isaías ante la avalancha del ejército asirio, al que terminará por aniquilar totalmente. Y ésta es la gran misión del Mesías en las esperanzas de todos los israelitas de todos los tiempos.
Por otra parte, este mismo Emanuel es presentado con atributos que trascienden cualquier aplicación a una figura histórica contemporánea del profeta. Se nos dice que «un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado; el principado está sobre su hombro, y su nombre será llamado Admirable Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz» (Is 9,5), que reinará sobre el trono de David y será luz para las regiones de Zabulón y Neftalí (Is 9,1). Su linaje se remonta a la Casa real de David, y está adornado con las virtudes excepcionales de gobierno propias del príncipe ideal: «sobre él reposará el Espíritu de Iahvé, espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de poder, espíritu de conocimiento y de temor del Señor. No juzgará por la vista de sus ojos, ni decidirá por el oído de sus oídos; sino que juzgará con justicia a los pobres, y decidirá con equidad por los mansos de la tierra... La justicia será el cinto de sus lomos, y la fidelidad el cinto de sus riñones» (Is 11,1.5). Todas estas descripciones nos conducen inevitablemente hacia un horizonte mesiánico, y solo pueden ser atribuidas a la persona del Mesías.
Isaías y Miquéas
Por otra parte, en Miqueas (5,1-5) encontramos un anuncio paralelo que complementa e ilumina el de Isaías, sobre todo si consideramos que ambos profetas fueron contemporáneos y posiblemente compartían una escuela de profecía. En Miqueas parece haber una clara referencia a la profecía del «Libro de Emanuel» de Isaías, ya que se anuncia el nacimiento de un «Dominador en Israel», salvador de su pueblo contra las temidas incursiones asirias, proveniente de la ciudad de Belén, precisamente el lugar de origen de Jesé, padre de David, y del que había de nacer el Mesías según Isaías (Is 11,1). Podemos, por tanto, observar una clara analogía entre la «doncella» de Isaías (7,14) y la «que ha de dar a luz» de Miqueas (5,1-5), así como una estrecha similitud entre la misión salvadora frente a la invasión asiria del «vástago de Jesé» de Isaías (11,1) y del que nace en Belén, ciudad de Jesé, en Miqueas.
Por úlitmo, quier pronunciar acerca de la idea que el hijo nacido en Isaías 7,14 sea Jizquiá / Ezequías. Esto no debe entenderse de Ezequías, el hijo de Ajaz, por su esposa, como algunos escritores judíos lo interpretan. Esta interpretación ya ha sido refutada por el mismo Rashí, al observar que Ezequías tenía nueve años cuando su padre comenzó a reinar, y siendo este, como él dice, el cuarto año de su reinado, debía tener en este momento de la escena desarrollada en “Isaías 7” trece años de edad, así no podía ser el niño a nacer en Is 7,14. De la misma forma, Aben Ezra y Kimji se oponen a creer que era Ezequías. A lo que se puede añadir que su madre no podía ser considerada una doncella y mucho menos una virgen. Difícilmente se concibe que el profeta, hablando al rey, llamara a la reina doncella, cuando ya era esposa legítima. Cuando Isaías profirió la profecía (hacia el año 734 a.C., con ocasión de la invasión siro-efraimita), Ezequías ya había nacido y tenía al menos nueve años, o dieciocho, según otro cómputo cronológico. Ezequías subió probablemente al trono en el 727, cuando tenía veinticinco años (2Re 18,2). Luego en el año en que fue hecha la profecía (735-734) tenía ya dieciocho años. Pero, sobre todo, lo que hace imposible la identificación del Emanuel con el Ezequías histórico es que las cualidades que en Is 9,5 se aplican al misterioso niño Emanuel desbordan totalmente la personalidad histórica del piadoso Ezequías: ¿Cómo llamar “Admirable consejero, Dios fuerte,” a un rey como Ezequías, que se mostró tan imprudente con ocasión de la embajada de Merodacbaladán y que lloró como un niño cuando Isaías le anunció la próxima muerte?