"El Enfrentamiento entre Ieshúa Adonénu y el Satán"
Después de su inmersión en el Jordán, Ieshúa salió de las aguas y se fue al desierto de Judea al oeste del Jericó; un lugar seco y sin agua. Allí él ayunó por cuarenta días. Desde esas alturas, podía ver claramente el Río Jordán y las llanuras de Moab donde Moshé había entregado las palabras del Libro de Devarím / Dt a todo Israel. Quizás el Rabí meditaba en las palabras de Dt a través de su ayuno, preparándose para su enfrentamiento con el Satán.
Este relato es “uno de los más enigmáticos de toda la tradición evangélica” (Schmid).
Mateo vincula este pasaje a la inmersión de Ieshúa por la fórmula de “entonces,” que indica un simple cambio de escena. La forma de expresión lo vincula con el desierto de Judea (Mt 3.Ib; cf. Mar. 1.4; Luc. 3.2) antes descrito. Va al desierto para ser “tentado” (πεφασθηνοκ) por el Satán. La palabra griega usada lo mismo puede significar “tentación” en el sentido de solicitar al pecado, pero aquí debe de indicar, simplemente lo contrario, ser sometido a una prueba en el sentido de pasar una experiencia con un objetivo, y no una experiencia en giro a la seducción que va en contra de la voluntad, o que haya sido persuadido a realizar algo contra la voluntad de Dios.
El Satán
El desierto aparece en la literatura judía y oriental como lugar donde moraba los malos espíritus, y en especial los demonios (Mt 12.43; Lc 11.24; cf.Is. 13.21; Tobía 8.3; Barúj 4.35).
El diablo significa, conforme a su etimología (διάβολος), “arrojador,” en sentido de acusador, calumniador o tentador como lo es significado en hebreo (satán, שטן). Su oficio es triple en la literatura rabínica: solicitar al hombre al pecado (cf. Zac 3.1; Job 2.6), acusarlo luego ante el tribunal de Dios y aplicar la muerte en castigo al pecado; de ahí llamarle “el ángel de la muerte.” (ver ejemplos en Strack-B., Kommentar. I p.136-149). El hebreo Satán es un adjetivo, pero según el Midrash Devarím Rabá, el nombre propio del Satán es Samael:
El Satán
El desierto aparece en la literatura judía y oriental como lugar donde moraba los malos espíritus, y en especial los demonios (Mt 12.43; Lc 11.24; cf.Is. 13.21; Tobía 8.3; Barúj 4.35).
El diablo significa, conforme a su etimología (διάβολος), “arrojador,” en sentido de acusador, calumniador o tentador como lo es significado en hebreo (satán, שטן). Su oficio es triple en la literatura rabínica: solicitar al hombre al pecado (cf. Zac 3.1; Job 2.6), acusarlo luego ante el tribunal de Dios y aplicar la muerte en castigo al pecado; de ahí llamarle “el ángel de la muerte.” (ver ejemplos en Strack-B., Kommentar. I p.136-149). El hebreo Satán es un adjetivo, pero según el Midrash Devarím Rabá, el nombre propio del Satán es Samael:
"El ángel Samael, el villano, es la cabeza de todos los satanes". (Midrash Devarím Rabá 11(207c)).
Cuarenta Días
El tiempo que establecen los evangelistas para esta experiencia (equivocadamente llamada “la tentación”) es de cuarenta días y cuarenta noches, cifra de ambiente bíblico. Así, el diluvio (Gn 7.12); la estancia de Moshé en el Sinaí (Ex 24.18); los años de Israel en el desierto (Nm 14.33-34); años de una generación.
El ayuno de cuarenta días de Ieshúa es un reflejo del ayuno de cuarenta días de Moshé en el Monte Sinaí. El Ungido, el último redentor, es un reflejo de Moshé (o mejor dicho viceversa), el primer redentor. Incluso es posible que, el ayuno y el enfrentamiento con el adversario con un período cuarenta días puede ser una alusión a los cuarenta días de penitencia que preceden a Iom Kipur (“Día de la Expiación”).
Según la tradición judía la cuenta de los cuarenta días de penitencia inicia a partir del primer día del sexto mes, el mes de Elul, se observan en recuerdo de la segunda estancia de Moshé en el Monte Sinaí. Después del pecado del becerro de oro, Moshé regresó al Sinaí y estuvo "... allí estuvo con el Eterno cuarenta días y cuarenta noches: no comió pan ni bebió agua" (Éx 34.28). Mientras tanto, Israel estaba acampando debajo de la montaña en un estado de fuerte arrepentimiento.
El informe anual de cuarenta días de penitencia antes del Día de la Expiación revive esta historia de la Torá. Es habitual para los extra-piadosos en el Judaísmo que periódicamente ayunen y reciten las oraciones de penitencia a lo largo de estos cuarenta días en preparación para el Día-de-la-Expiación-Iom Kipur.
Parece poco probable datar esta costumbre a los días de Ieshúa con certeza, sin embargo la verdad es todo lo contrario, si podemos comprobar que la historia de la "tentación" registrada en el Cap. 4 del libro escrito por Mateo, realmente ocurrió durante los cuarenta días antes del Día de la Expiación. No solo las imágenes de la historia y los cuarenta días de penitencia comparten varias características, sino que Ieshúa tuvo tres años y medio de ministerio que iniciaron en su tevilá-inmersión-agua como lo relata Lc (Cap. 3) y finalizaron en Pésaj, en su muerte y resurrección. Contando tres años y medio hacia atrás nos colocamos exactamente en el séptimo mes, en el mes de Tishréi, 30 días antes de los cuarenta días de arrepentimiento observados en la tradición judía que preceden al Día de la Expiación (Iom Kipur), y que son exactamente los días en que Ieshúa ayunó en el desierto. Debido a que Ieshúa ayunó por cuarenta días en el desierto, el inicio de la cuenta de estos cuarenta días no inicia seguido de su inmersión, sino mucho antes. Cuando Ieshúa se enfrentó con el Satán en el desierto, él ya había cumplido 40 días de ayuno, que habían iniciado el primero del sexto mes, en el mes de Elul, y concluyeron el noveno del séptimo mes, en Iom Kipur, el día festivo de Expiación.
A esto puede agregarse que el relato dice que Ieshúa fue sumergido en agua "en [los días de] arrepentimiento" (véase Mt. 3.11; Hch. 19.4) haciendo con esto referencia a los días que preceden al Iom Kipur (Día de la Expiación). El texto griego da a entender que dice "[Iojanán:] Yo ciertamente les hago inmersión con agua en [--] arrepentimiento" (Mt. 3.11), no dice "para arrepentimiento" sino "en". Grotius opina que debería de traducirse "yo les hago inmersión con agua en [la profesión] de arrepentimiento", pero eso no tiene mucho sentido, tradicionalmente hablando "[en los días] de arrepentimiento" encaja mucho mejor por el contexto tradicional judío, lo que también clarea el texto, haciendo una alusión a los días de arrepentimiento (ימי רצון “ieméi raztón”, ימי רחמים "ieméi rajamím", y también llamados ימי תשובה “ieméi teshuvá”) observados en el Judaísmo que preceden al Iom Kipúr (Día de la Expiación).
Habiendo dicho esto, después del momento que Ieshúa sale del agua, Mc dice: "Inmediatamente el Espíritu lo impulsó a ir al desierto" (Mc 1.12).
Los cuarenta días tradicionales de penitencia concluyen en el Día de la Expiación, un día de ayuno. Por otra parte, el Día de Expiación es considerado como un día para hacer frente al enemigo y sus acusaciones. Las liturgias para el Día de la Expiación están llenas de referencias a un enfrentamiento legal entre Dios y el Satán. En el ritual del Templo para el Día de la Expiación, el cabrito expiatorio de Azazel (el nombre de un ángel caído en algunas antiguas fuentes apocalípticas — Lv 16.8; Enoc 8, 9, 10) era llevado al desierto, y despeñado en un precipicio — un ritual anual que celebraba la derrota del mal.
Mientras Ieshúa ayunaba en el desierto de Judea, él probablemente se encontraba entre Jerusalén y Jericó, el mismo lugar que la tradición dice que el cabrito expiatorio “para Azazel” era despeñado. Las imágenes de los cuarenta días de arrepentimiento—que culminan en el Día de la Expiación, el estilo, el desierto, el ayuno, el enfrentamiento con un ángel caído—parecen estar conectadas con la historia de la tentación. En cualquier caso, durante su ayuno en el desierto de Judea, Ieshúa se encontró con el mismo príncipe de las tinieblas.
Las Pruebas
Las pruebas (erradamente llamadas “tentaciones”) que Ieshúa enfrentó en el desierto no son el tipo de pruebas que usted y yo enfrentamos a diario. Nosotros nos encontramos probados por pruebas mucho más mundanas. Incluso si estuviéramos muriendo de hambre hasta la muerte, nunca seríamos probados en convertir las piedras en pan, ya que está más allá de nuestra capacidad hacerlo. Sin embargo, las pruebas que Ieshúa experimento son de una naturaleza peculiar: mesiánicas. Son el tipo de cosas que sólo el Ungido podría haber sido probado para hacerlas. Son atajos para el reconocimiento y el poder mesiánico.
Si se analiza con minuciosidad el famoso pasaje de la “tentación” veremos que no hay ninguna tentación. En realidad, lo que Ieshúa experimento fue una prueba, un examen, más no fue tentado, seducido o impulsado a tener malos deseos. El mensaje del texto da a entender que el Satán estaba indagando la identidad de Ieshúa para conocer si él realmente era el Redentor que había de venir para aplastar su cabeza (Gn 3.15) o no.
Primera Prueba
La primera pregunta que indaga la identidad de Ieshúa como el Mashíaj está perfectamente situada. Ieshúa ayunó cuarenta días y sintió hambre. “Si eres Hijo de Dios,” le dice el adversario, con cuya respuesta esperaba saber si era el Mashíaj o no, que transforme estas piedras en pan. Sugerencia bajo capa de piedad: que no sufra el privilegiado Hijo de Dios (Comentario de la Biblia Comentada por los Profesores de Salamanca).
Parece que parte de la descripción del trabajo mesiánico era traer una provisión milagrosa de alimento. Al igual que Moshé imploró a Dios por el milagro del maná, el pueblo de Israel esperaba que el Mesías realizara un milagro similar de provisión. La siguiente enseñanza tradicional ilustra este punto:
El tiempo que establecen los evangelistas para esta experiencia (equivocadamente llamada “la tentación”) es de cuarenta días y cuarenta noches, cifra de ambiente bíblico. Así, el diluvio (Gn 7.12); la estancia de Moshé en el Sinaí (Ex 24.18); los años de Israel en el desierto (Nm 14.33-34); años de una generación.
El ayuno de cuarenta días de Ieshúa es un reflejo del ayuno de cuarenta días de Moshé en el Monte Sinaí. El Ungido, el último redentor, es un reflejo de Moshé (o mejor dicho viceversa), el primer redentor. Incluso es posible que, el ayuno y el enfrentamiento con el adversario con un período cuarenta días puede ser una alusión a los cuarenta días de penitencia que preceden a Iom Kipur (“Día de la Expiación”).
Según la tradición judía la cuenta de los cuarenta días de penitencia inicia a partir del primer día del sexto mes, el mes de Elul, se observan en recuerdo de la segunda estancia de Moshé en el Monte Sinaí. Después del pecado del becerro de oro, Moshé regresó al Sinaí y estuvo "... allí estuvo con el Eterno cuarenta días y cuarenta noches: no comió pan ni bebió agua" (Éx 34.28). Mientras tanto, Israel estaba acampando debajo de la montaña en un estado de fuerte arrepentimiento.
El informe anual de cuarenta días de penitencia antes del Día de la Expiación revive esta historia de la Torá. Es habitual para los extra-piadosos en el Judaísmo que periódicamente ayunen y reciten las oraciones de penitencia a lo largo de estos cuarenta días en preparación para el Día-de-la-Expiación-Iom Kipur.
Parece poco probable datar esta costumbre a los días de Ieshúa con certeza, sin embargo la verdad es todo lo contrario, si podemos comprobar que la historia de la "tentación" registrada en el Cap. 4 del libro escrito por Mateo, realmente ocurrió durante los cuarenta días antes del Día de la Expiación. No solo las imágenes de la historia y los cuarenta días de penitencia comparten varias características, sino que Ieshúa tuvo tres años y medio de ministerio que iniciaron en su tevilá-inmersión-agua como lo relata Lc (Cap. 3) y finalizaron en Pésaj, en su muerte y resurrección. Contando tres años y medio hacia atrás nos colocamos exactamente en el séptimo mes, en el mes de Tishréi, 30 días antes de los cuarenta días de arrepentimiento observados en la tradición judía que preceden al Día de la Expiación (Iom Kipur), y que son exactamente los días en que Ieshúa ayunó en el desierto. Debido a que Ieshúa ayunó por cuarenta días en el desierto, el inicio de la cuenta de estos cuarenta días no inicia seguido de su inmersión, sino mucho antes. Cuando Ieshúa se enfrentó con el Satán en el desierto, él ya había cumplido 40 días de ayuno, que habían iniciado el primero del sexto mes, en el mes de Elul, y concluyeron el noveno del séptimo mes, en Iom Kipur, el día festivo de Expiación.
A esto puede agregarse que el relato dice que Ieshúa fue sumergido en agua "en [los días de] arrepentimiento" (véase Mt. 3.11; Hch. 19.4) haciendo con esto referencia a los días que preceden al Iom Kipur (Día de la Expiación). El texto griego da a entender que dice "[Iojanán:] Yo ciertamente les hago inmersión con agua en [--] arrepentimiento" (Mt. 3.11), no dice "para arrepentimiento" sino "en". Grotius opina que debería de traducirse "yo les hago inmersión con agua en [la profesión] de arrepentimiento", pero eso no tiene mucho sentido, tradicionalmente hablando "[en los días] de arrepentimiento" encaja mucho mejor por el contexto tradicional judío, lo que también clarea el texto, haciendo una alusión a los días de arrepentimiento (ימי רצון “ieméi raztón”, ימי רחמים "ieméi rajamím", y también llamados ימי תשובה “ieméi teshuvá”) observados en el Judaísmo que preceden al Iom Kipúr (Día de la Expiación).
Habiendo dicho esto, después del momento que Ieshúa sale del agua, Mc dice: "Inmediatamente el Espíritu lo impulsó a ir al desierto" (Mc 1.12).
Los cuarenta días tradicionales de penitencia concluyen en el Día de la Expiación, un día de ayuno. Por otra parte, el Día de Expiación es considerado como un día para hacer frente al enemigo y sus acusaciones. Las liturgias para el Día de la Expiación están llenas de referencias a un enfrentamiento legal entre Dios y el Satán. En el ritual del Templo para el Día de la Expiación, el cabrito expiatorio de Azazel (el nombre de un ángel caído en algunas antiguas fuentes apocalípticas — Lv 16.8; Enoc 8, 9, 10) era llevado al desierto, y despeñado en un precipicio — un ritual anual que celebraba la derrota del mal.
Mientras Ieshúa ayunaba en el desierto de Judea, él probablemente se encontraba entre Jerusalén y Jericó, el mismo lugar que la tradición dice que el cabrito expiatorio “para Azazel” era despeñado. Las imágenes de los cuarenta días de arrepentimiento—que culminan en el Día de la Expiación, el estilo, el desierto, el ayuno, el enfrentamiento con un ángel caído—parecen estar conectadas con la historia de la tentación. En cualquier caso, durante su ayuno en el desierto de Judea, Ieshúa se encontró con el mismo príncipe de las tinieblas.
Las Pruebas
Las pruebas (erradamente llamadas “tentaciones”) que Ieshúa enfrentó en el desierto no son el tipo de pruebas que usted y yo enfrentamos a diario. Nosotros nos encontramos probados por pruebas mucho más mundanas. Incluso si estuviéramos muriendo de hambre hasta la muerte, nunca seríamos probados en convertir las piedras en pan, ya que está más allá de nuestra capacidad hacerlo. Sin embargo, las pruebas que Ieshúa experimento son de una naturaleza peculiar: mesiánicas. Son el tipo de cosas que sólo el Ungido podría haber sido probado para hacerlas. Son atajos para el reconocimiento y el poder mesiánico.
Si se analiza con minuciosidad el famoso pasaje de la “tentación” veremos que no hay ninguna tentación. En realidad, lo que Ieshúa experimento fue una prueba, un examen, más no fue tentado, seducido o impulsado a tener malos deseos. El mensaje del texto da a entender que el Satán estaba indagando la identidad de Ieshúa para conocer si él realmente era el Redentor que había de venir para aplastar su cabeza (Gn 3.15) o no.
Primera Prueba
La primera pregunta que indaga la identidad de Ieshúa como el Mashíaj está perfectamente situada. Ieshúa ayunó cuarenta días y sintió hambre. “Si eres Hijo de Dios,” le dice el adversario, con cuya respuesta esperaba saber si era el Mashíaj o no, que transforme estas piedras en pan. Sugerencia bajo capa de piedad: que no sufra el privilegiado Hijo de Dios (Comentario de la Biblia Comentada por los Profesores de Salamanca).
Parece que parte de la descripción del trabajo mesiánico era traer una provisión milagrosa de alimento. Al igual que Moshé imploró a Dios por el milagro del maná, el pueblo de Israel esperaba que el Mesías realizara un milagro similar de provisión. La siguiente enseñanza tradicional ilustra este punto:
Berejiá dijo en nombre de Itjzaq: "Como el primer redentor [Moshé], así será el último Redentor [Mashíaj] ... Así como el primer redentor hizo descender maná, como está escrito [en Éxodo 16.4]: "He aquí, haré llover pan del cielo para ustedes", así también el segundo Redentor causará descender maná, como se dice [en el Salmo 72.16]: "Será echado un puñado de grano en la tierra." (Kohelet Rabá 1.28)
Se esperaba entonces que el Ungido, al modo de Moshé, hiciera descender otra vez del cielo una lluvia de “maná”, del que se comería en aquellos años. Acaso pueda haber evocación con el registro de Mateo.
Una provisión milagrosa de pan era una expectativa mesiánica. Al exigirle y probar a Ieshúa en convertir las piedras en pan, el adversario lo que hacía era tomar un atajo para revelar el poder mesiánico de Ieshúa y su identidad como el Ungido.
Ieshúa resiste la prueba. Él contrarresta la prueba del Satán, con las palabras encontradas en el Libro de Devarím (Dt 8.3): "Escrito está" (דכתיב): El hombre no vivirá solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4.4). El texto hebreo de Dt 8.3 en realidad utiliza el artículo definido, "el hombre no vivirá sólo de pan." Quizás Ieshúa vio la expresión "el hombre" como una referencia mesiánica. Es similar a su título más aplicado a sí mismo “El Hijo del Hombre”. Más tarde en su ministerio, Ieshúa como el Redentor que había de venir cumple con esta promesa de proveer pan milagroso en sus propios términos cuando él divide los panes y alimenta a multitudes, sin estar bajo la exigencia y petición del Satán, sino bajo su propia soberana decisión para proveer una señal al pueblo de que él era el Mesías Redentor que había de venir a con el plan de Dios. Así también se identificó a sí mismo como el verdadero pan que descendió del cielo en paralelo con el maná que Moshé había entregado al pueblo, que este pan es su cuerpo, que sería entregado en agonía a los hombres, y que aquel que coma de él no verá la muerte jamás (véase Jn 6.51).
Segunda Prueba
En la segunda prueba, el Satán interviene para que Ieshúa esté en la “Ciudad Santa,” Jerusalén, y sea “puesto” sobre el “pináculo” (πτερύγων) del Templo. Probablemente era la techumbre de uno de los pórticos dentados. En este lugar (Eusebio de Cesárea, Historia Eclesiástica l. 2. c. 23) unos judíos detractores de los judíos creyentes en Ieshúa colocaron a Iaacóv ("Santiago"), el hermano de Ieshúa, y de allí lo despeñaron: esta fue la ακρον "la cumbre" o "cima" de la misma, y se supone que era ya sea el techo cercado de murallas, para evitar que las personas cayeran, o a la parte superior del pórtico delante del templo, que era de 120 codos de altura, o la parte superior de la tribuna real, construida por Herodes, que era de tal altura, que si un hombre bajaba la mirada desde allí, sentía vértigo. El historiador Flavio Josefo lo describe así:
Una provisión milagrosa de pan era una expectativa mesiánica. Al exigirle y probar a Ieshúa en convertir las piedras en pan, el adversario lo que hacía era tomar un atajo para revelar el poder mesiánico de Ieshúa y su identidad como el Ungido.
Ieshúa resiste la prueba. Él contrarresta la prueba del Satán, con las palabras encontradas en el Libro de Devarím (Dt 8.3): "Escrito está" (דכתיב): El hombre no vivirá solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4.4). El texto hebreo de Dt 8.3 en realidad utiliza el artículo definido, "el hombre no vivirá sólo de pan." Quizás Ieshúa vio la expresión "el hombre" como una referencia mesiánica. Es similar a su título más aplicado a sí mismo “El Hijo del Hombre”. Más tarde en su ministerio, Ieshúa como el Redentor que había de venir cumple con esta promesa de proveer pan milagroso en sus propios términos cuando él divide los panes y alimenta a multitudes, sin estar bajo la exigencia y petición del Satán, sino bajo su propia soberana decisión para proveer una señal al pueblo de que él era el Mesías Redentor que había de venir a con el plan de Dios. Así también se identificó a sí mismo como el verdadero pan que descendió del cielo en paralelo con el maná que Moshé había entregado al pueblo, que este pan es su cuerpo, que sería entregado en agonía a los hombres, y que aquel que coma de él no verá la muerte jamás (véase Jn 6.51).
Segunda Prueba
En la segunda prueba, el Satán interviene para que Ieshúa esté en la “Ciudad Santa,” Jerusalén, y sea “puesto” sobre el “pináculo” (πτερύγων) del Templo. Probablemente era la techumbre de uno de los pórticos dentados. En este lugar (Eusebio de Cesárea, Historia Eclesiástica l. 2. c. 23) unos judíos detractores de los judíos creyentes en Ieshúa colocaron a Iaacóv ("Santiago"), el hermano de Ieshúa, y de allí lo despeñaron: esta fue la ακρον "la cumbre" o "cima" de la misma, y se supone que era ya sea el techo cercado de murallas, para evitar que las personas cayeran, o a la parte superior del pórtico delante del templo, que era de 120 codos de altura, o la parte superior de la tribuna real, construida por Herodes, que era de tal altura, que si un hombre bajaba la mirada desde allí, sentía vértigo. El historiador Flavio Josefo lo describe así:
El cuarto lado del muro, al sur, tenía también puertas, en el centro, y además el pórtico real, que se extendía a lo largo, con su triple camino, de la barranca del este a la del oeste; no fue posible prolongarlo más. Era la obra más admirable que se haya visto bajo el sol. Tenía tanta profundidad la barranca que si alguien se inclinaba a mirar no lograba ver el fondo; sin embargo, Herodes construyó sobre el borde mismo un pórtico de dimensiones inmensas, de tal modo que si alguien trataba, desde lo alto del techo, de sondear esta doble profundidad, sentía vértigo, sin lograr medir con la vista la profundidad del abismo. (Flavio Josefo, Antigüedades lib. 15. cap. 14).
Según Josefo, la vista del Cedrón desde el “pórtico real” causaba vértigo: más de 180 metros. Desde el “pináculo” despeñaron a Iaacóv ("Santiago") aproximadamente en el año 62, y éste debe de ser un punto de la muralla oriental.
En una de las concepciones rabínicas se esperaba precisamente que el Mesías se revelara estando de pie sobre el techo del Templo, para anunciar a Israel que su redención había llegado (Vaiqrá Rabá 9.6; Kohelet Rabá IV 16.31; Devarím Rabá 1.17; Pesiqta Rabati 162a):
En una de las concepciones rabínicas se esperaba precisamente que el Mesías se revelara estando de pie sobre el techo del Templo, para anunciar a Israel que su redención había llegado (Vaiqrá Rabá 9.6; Kohelet Rabá IV 16.31; Devarím Rabá 1.17; Pesiqta Rabati 162a):
Nuestros maestros enseñaron, en el momento que aparezca el Rey Mesías, él vendrá y se parará sobre el techo del templo. Él proclamará a Israel y dirá a los humildes, ‘el tiempo de su redención ha llegado...’” (Pesiqta Rabati 36a)
En aquel ambiente, y a la hora de los sacrificios, hubiese sido un prodigio tal que hubiera revelado ser él el Ungido. Si esta tradición, o una similar, estaban en su lugar en la época del segundo templo, esto esclarece la naturaleza de la prueba exigida a Ieshúa de despeñarse desde este punto del templo para revelar públicamente que él era elUngido . Se sugiere que la prueba realmente estaba centrada en la naturaleza de la tarea mesiánica. El Satán indagaba la naturaleza de Ieshúa con la petición de que se revelara como el Ungido en un poder sobrenatural en el templo, donde todos podrían reconocer la naturaleza y el propósito de su misión.
De nuevo Ieshúa rechaza la tentación con la Escritura: “No pondrás en prueba al Eterno tu Dios,” que se refiere al Dt 6.16, y se alude con él al pasaje del éxodo cuando, faltos de agua en el desierto, exigían los israelitas a Moshé un milagro. “¿Por qué ponen en prueba al Eterno?” les dijo Moshé (Éx 17.2).
El comentarista de la Torá de la época medieval, David Kimji, entendía el mandato divino de Dt 6.16 como una prohibición de exponerse a un peligro mortal con la expectativa de que Dios haga un milagro para salvar la vida de uno (Comentario de David Kimji, 1 Samuel 16.2). Similar al axioma citado en el Talmud:
De nuevo Ieshúa rechaza la tentación con la Escritura: “No pondrás en prueba al Eterno tu Dios,” que se refiere al Dt 6.16, y se alude con él al pasaje del éxodo cuando, faltos de agua en el desierto, exigían los israelitas a Moshé un milagro. “¿Por qué ponen en prueba al Eterno?” les dijo Moshé (Éx 17.2).
El comentarista de la Torá de la época medieval, David Kimji, entendía el mandato divino de Dt 6.16 como una prohibición de exponerse a un peligro mortal con la expectativa de que Dios haga un milagro para salvar la vida de uno (Comentario de David Kimji, 1 Samuel 16.2). Similar al axioma citado en el Talmud:
Una persona nunca debe ponerse intencionalmente a sí mismo en peligro asumiendo que Dios hará un milagro para él, porque quizá no se efectuará ningún milagro. (Talmud Bavli, Shabát 32a)
Si Ieshúa hubiese aceptado la solicitud del Satán, de revelar su identidad mesiánica invocando un estatus divino e intocable a través del milagro público de saltar desde el parapeto del templo manifestando de esta manera su estado inmortal, él no habría sido capaz de cumplir su destino de sufrimiento, muerte y resurrección que era el plan de Dios para serun la salvación a la humanidad y la creación. Sólo después de su sumisión ante el sufrimiento y la muerte él manifestó su estado intocable-inmortal que revela su identidad mesiánica.
Tercera Prueba
En la tercera prueba el Satán interviene para que Ieshúa vea los reinos del mundo y su atracción. Se trata de un hecho análogo al que se lee en Ezequiel 40.2; Ezequiel 40.41. “Todo el poder y la gloria de estos reinos te daré si me adoras,” le dijo el tentador. Los judíos contemporáneos de Ieshúa esperaban un Mesías político y nacional, que aparecería con pompa dominación y prodigios aniquilando incluso al imperio romano. La frase “le mostró todos los reinos del mundo” quizás se refiera específicamente al reino de Roma. Este imperio es llamado “todo el mundo”, tanto por escritores sacros como profanos, además que Roma mística es llamada “el asiento del Satán” (Revelación 13.2). O quizás se está refiriendo a la tierra de Canaán, la Tierra Prometida, que en el Judaísmo es llamada “La Tierra” (הארץ, ej. Hch. 11.28), quizás entonces, una traducción más exacta sería “le mostró todos los reinos de la Tierra”. Lo que hace esto probable es que en este momento Judea estaba dividida en varios reinos o gobiernos, bajo tres hijos de Herodes el Grande, a saber, Arquelao, Antipas y Felipe, que no sólo son llamados etnarcas y tetrarcas en los Evangelios, sino también βασιλεις, reyes, y se dicen βασιλευειν, que reinan, como Rosenmuller ha señalado correctamente (véase Mt 2.22; 14.9).
Ieshúa citando de nuevo la Escritura (Dt 6.13), desenmascara la falta de los poderes del Satán y le ordena que se aparte: “Teme al Eterno, tu Dios y sírvele a él.”
Aunque es verdad, según las Escrituras, que el Ungido “juzgará a las naciones con vara de hierro” (Salmo 2.8-9), también es verdad que su misión se divide en dos períodos; su primera venida como siervo sufriente y su segunda como Rey que juzgará a las naciones y se sentará en su trono en Jerusalén.
Después de su resurrección y exaltación, a Ieshúa le fue dada toda la autoridad sobre las naciones, reinos y pueblos del mundo. Él dijo a sus discípulos: "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra" (Mt 28.18).
Esta declaración proporciona la respuesta final de Ieshúa a la tercera prueba del adversario. En virtud de su exaltación a través de su muerte y resurrección, él ha arrebatado la autoridad sobre todos los reinos de las manos del Satán. Cuando el reino del Cielo sea revelado en plenitud sobre la tierra, la autoridad de Ieshúa sobre todas las naciones y reinos se manifestará.
El Adversario se Retiró
Y el Satán se retiró, como dice Lc, “temporalmente.” No directamente, pero sí indirectamente, probó luego a Ieshúa a través de algunos fariseos y saduceos, queriendo intimidarle en el desarrollo de su mesianismo; de las turbas, que querían hacerle rey temporal; de los que intervinieron en su agonía. Todos colaboraron a aquel momento, del que Ieshúa dijo: “Viene el príncipe de este mundo contra mí” (Jn 12.31). Entonces “vinieron los ángeles y le servían,” es decir, le trajeron alimento: διαχονέω (Mt 8.13; 25.44, etc.) tiene aquí este sentido. Y al parecer ser que hay un cumplimiento de alusión y traslación en la literatura rabínica con el relato de Adám, en donde se encuentra servido con alimento por los ángeles ministeriales, mientras el Satán lo envidiaba. El texto en el Talmud dice así:
Tercera Prueba
En la tercera prueba el Satán interviene para que Ieshúa vea los reinos del mundo y su atracción. Se trata de un hecho análogo al que se lee en Ezequiel 40.2; Ezequiel 40.41. “Todo el poder y la gloria de estos reinos te daré si me adoras,” le dijo el tentador. Los judíos contemporáneos de Ieshúa esperaban un Mesías político y nacional, que aparecería con pompa dominación y prodigios aniquilando incluso al imperio romano. La frase “le mostró todos los reinos del mundo” quizás se refiera específicamente al reino de Roma. Este imperio es llamado “todo el mundo”, tanto por escritores sacros como profanos, además que Roma mística es llamada “el asiento del Satán” (Revelación 13.2). O quizás se está refiriendo a la tierra de Canaán, la Tierra Prometida, que en el Judaísmo es llamada “La Tierra” (הארץ, ej. Hch. 11.28), quizás entonces, una traducción más exacta sería “le mostró todos los reinos de la Tierra”. Lo que hace esto probable es que en este momento Judea estaba dividida en varios reinos o gobiernos, bajo tres hijos de Herodes el Grande, a saber, Arquelao, Antipas y Felipe, que no sólo son llamados etnarcas y tetrarcas en los Evangelios, sino también βασιλεις, reyes, y se dicen βασιλευειν, que reinan, como Rosenmuller ha señalado correctamente (véase Mt 2.22; 14.9).
Ieshúa citando de nuevo la Escritura (Dt 6.13), desenmascara la falta de los poderes del Satán y le ordena que se aparte: “Teme al Eterno, tu Dios y sírvele a él.”
Aunque es verdad, según las Escrituras, que el Ungido “juzgará a las naciones con vara de hierro” (Salmo 2.8-9), también es verdad que su misión se divide en dos períodos; su primera venida como siervo sufriente y su segunda como Rey que juzgará a las naciones y se sentará en su trono en Jerusalén.
Después de su resurrección y exaltación, a Ieshúa le fue dada toda la autoridad sobre las naciones, reinos y pueblos del mundo. Él dijo a sus discípulos: "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra" (Mt 28.18).
Esta declaración proporciona la respuesta final de Ieshúa a la tercera prueba del adversario. En virtud de su exaltación a través de su muerte y resurrección, él ha arrebatado la autoridad sobre todos los reinos de las manos del Satán. Cuando el reino del Cielo sea revelado en plenitud sobre la tierra, la autoridad de Ieshúa sobre todas las naciones y reinos se manifestará.
El Adversario se Retiró
Y el Satán se retiró, como dice Lc, “temporalmente.” No directamente, pero sí indirectamente, probó luego a Ieshúa a través de algunos fariseos y saduceos, queriendo intimidarle en el desarrollo de su mesianismo; de las turbas, que querían hacerle rey temporal; de los que intervinieron en su agonía. Todos colaboraron a aquel momento, del que Ieshúa dijo: “Viene el príncipe de este mundo contra mí” (Jn 12.31). Entonces “vinieron los ángeles y le servían,” es decir, le trajeron alimento: διαχονέω (Mt 8.13; 25.44, etc.) tiene aquí este sentido. Y al parecer ser que hay un cumplimiento de alusión y traslación en la literatura rabínica con el relato de Adám, en donde se encuentra servido con alimento por los ángeles ministeriales, mientras el Satán lo envidiaba. El texto en el Talmud dice así:
Iehudá ben Tema dijo: "Adám se reclinó en el Jardín del Edén, mientras los ángeles ministeriales asaban carne y preparaban vino para él. La serpiente miró, vio su gloria, y le tuvo envidia." (Sanedrín 59b).
Ciertamente hay una alusión aquí, un reflejo de la vida del Ungido en Adám; que él, como lo fue con Adám, sería servido por los ángeles con alimento. Para Shaúl (conocido en países de habla hispana como Pablo), Adám era figura del Ungido, con todo, la parte implícita, suficientemente insinuada al final del v. 14 del capítulo 5 de la carta dirigida a la Comunidad en Roma con la expresión “Adám es figura del que había de venir,” aunque en los v. 15.16.17 se recalca la idea de que es inmensamente superior la eficacia de la obra del Ungido para el bien, de lo que lo fue la de Adám para el mal.
Nada es más frecuente en la literatura judía que llamar a los ángeles מלאכי השרת "ángeles ministeriales", sería innecesario e interminable referirse a determinadas referencias. En adición, no se dice que lo ayudaban, sino que lo servían.
Ciertamente, por el contexto de la historia y su naturaleza después de un análisis en las pruebas y la indagación del Satán sobre la identidad de Ieshúa, concluímos que había un fin en específico, averiguar mediante la contemplación de la realización de una serie de milagros mesiánicos conocer si Ieshúa era el Ungido Redentor, y al saberlo intentar desvirtuar el plan de Dios como redención para la humanidad. El interés del Satán surge desesperadamente porque estaba profetizado en el libro de Gn (3.15), que el Ungido "aplastaría la cabeza del Satán". La siguiente enseñanza tradicional ilustra este punto diciendo:
Nada es más frecuente en la literatura judía que llamar a los ángeles מלאכי השרת "ángeles ministeriales", sería innecesario e interminable referirse a determinadas referencias. En adición, no se dice que lo ayudaban, sino que lo servían.
Ciertamente, por el contexto de la historia y su naturaleza después de un análisis en las pruebas y la indagación del Satán sobre la identidad de Ieshúa, concluímos que había un fin en específico, averiguar mediante la contemplación de la realización de una serie de milagros mesiánicos conocer si Ieshúa era el Ungido Redentor, y al saberlo intentar desvirtuar el plan de Dios como redención para la humanidad. El interés del Satán surge desesperadamente porque estaba profetizado en el libro de Gn (3.15), que el Ungido "aplastaría la cabeza del Satán". La siguiente enseñanza tradicional ilustra este punto diciendo:
"El Satán dijo delante del Santo, bendito sea él:– Amo del mundo, la luz que permanece escondida debajo de tu trono de gloria, ¿Para quién es?’ Él respondió, "Para él que te aplastará, te humillará, y avergonzará tu rostro." Él (el Satán) le dijo, "Amo del mundo, muéstramelo." Él (Dios) le respondió, "Ven y observa." En el momento que el Satán vio al Ungido, tembló y cayó sobre su rostro diciendo, "Ciertamente este es el Ungido que en el futuro me lanzará a mí y a todos los príncipes de las naciones del mundo a la Gehena (“infierno”)." (Pesiqta Rabati, 161a)
Otras historias sobre tentaciones y pruebas se encuentran en la literatura judía extra-bíblica. Una de las más famosas es la historia de la “tentación” de nuestro padre Avraham (lo escribo con "v" y no con "b" ya que así se pronuncia en hebreo). En esa historia, el adversario se enfrentó a Avraham (e Itzjaq / Isaac), con tres pruebas para tratar de romper su decisión de obedecer a Dios sacrificando a Itzjaq (véase Talmud Bavli, Sanedrín 89b; Séfer Ha-Iashar cap. 23).
Como en la historia de la prueba de Ieshúa, el adversario habla a Avraham para tratar de disuadirlo, pero Avraham lo contrarresta reprendiéndole. La historia de la prueba de Ieshúa parece seguir esa historia. Al igual que el objetivo del adversario en la historia de Avraham es desbaratar la voluntad de Dios al detener el sacrificio de Itzjaq, así también en la historia del Evangelio su objetivo era romper la obediencia de Ieshúa y evitar que él aplaste su cabeza con el cumplimiento de su camino a la muerte para resucitar y dar vida a quienes en él creen. Y en verdad, por la justicia del Justo, el Mashíaj, por la justicia de nuestro santo Ieshúa, el plan de Dios prevaleció al morir él por nuestras iniquidades y cargar con nuestros pecados, y resucitar al tercer día.
Como en la historia de la prueba de Ieshúa, el adversario habla a Avraham para tratar de disuadirlo, pero Avraham lo contrarresta reprendiéndole. La historia de la prueba de Ieshúa parece seguir esa historia. Al igual que el objetivo del adversario en la historia de Avraham es desbaratar la voluntad de Dios al detener el sacrificio de Itzjaq, así también en la historia del Evangelio su objetivo era romper la obediencia de Ieshúa y evitar que él aplaste su cabeza con el cumplimiento de su camino a la muerte para resucitar y dar vida a quienes en él creen. Y en verdad, por la justicia del Justo, el Mashíaj, por la justicia de nuestro santo Ieshúa, el plan de Dios prevaleció al morir él por nuestras iniquidades y cargar con nuestros pecados, y resucitar al tercer día.